Los arquitectos me caen bien, tal vez porque desde muy temprano supe que yo no sería uno. Alejandro Aravena es el director ejecutivo de Elemental. Fue premiado hace algunas semanas en la Bienal de Venecia por el trabajo en vivienda social que realiza esa entidad. Lo entrevisté para uno de los últimos números de la revista Blank y acá recojo parte del diálogo publicado entonces.
Hay dos aristas en tu trabajo. Una tiene que ver con el rol tradicional de un arquitecto, la realización de proyectos para clientes particulares e institucionales. Por otro lado está el arquitecto como agente social, que busca mejorar la sociedad para quienes la habitan. ¿Esas son caras opuestas de tu trabajo o están relacionadas?
Aunque aparentemente se ven como aristas opuestas, diría que forman parte de un mismo polo. Para mí no hay demasiada diferencia en hacer este proyecto en Alemania con un presupuesto que sea el que tenga que ser o hacer vivienda social, donde cuánto va a costar es casi lo único de que se trata. De ahí el nombre “Elemental”, por ejemplo. Un proyecto elemental es algo a lo que le has sacado todo lo innecesario, todo lo que no viene al caso, todo lo que está de más. Esa es una aproximación que a uno le gustaría hacer independientemente del encargo que tenga. No veo, en realidad, demasiada distinción, porque siempre se trata de contestar con lo que viene estrictamente al caso, identificar precisamente qué es lo que uno quiere resolver. A veces es la falta de vivienda para una familia, otras veces será la necesidad de un espacio de equis metros cuadrados de una institución, pero la aproximación es la misma. Donde yo veo que hay una arista un poco más extraña es que, en Elemental sobre todo, tenemos muchos proyectos done el arquitecto se tiene que disolver en un grupo mucho más amplio, más complejo de profesionales.
¿A los arquitectos les cuesta eso de integrarse a un equipo multidiscplinario?
Yo diría que, en general, los arquitectos se juntan en el mundo a discutir temas que les interesan sólo a otros arquitectos. Si tú miras el lenguaje que se ocupa en las publicaciones de arquitectura, o los temas con que una persona justifica por qué un edificio se hizo de una manera y no de otra, en realidad les importan sólo a otros arquitectos. Eso responde a que, hace unos cuarenta años, hay un momento específico, que ocurre por ahí por los años setenta, en que los arquitectos le piden a la sociedad fuero para ser genios. Dicen “miren, yo tengo un mundo interior extraordinario, veo la vida y el mundo de una manera que ustedes no imaginan. Denme libertad para yo expresar esta manera de ser, denme libertad artística”.
Pero la expresión del genio individual ha estado presente históricamente, en la arquitectura de la antigüedad, en el gótico, en el renacimiento…
Sin embargo, si miras una catedral gótica, por ejemplo, era una herramienta en que una sociedad analfabeta era cristianizada o evangelizada por medio de una obra de arquitectura. Una sociedad completa era capaz de leer un edificio. No podías leer la Biblia, pero veías el edificio y el mensaje quedaba transmitido. Por lo tanto, si ese mensaje no estaba lo suficientemente de acuerdo con una masa, por decirlo así, la obra carecía de sentido. Ninguna obra en la antigüedad clásica era entendible independiente de la sociedad en torno a ella. Incluso en los años 20, los grandes nombres del movimiento moderno en la arquitectura estaban dedicados a la reconstrucción de ciudades, al déficit habitacional. Los grandes nombres de la arquitectura de hoy están dedicados a museos, edificios corporativos, en general temas que son poco transversales. Y el origen de eso es que, de los setenta en adelante, hay un grupo que pide fuero para ser creativo, artísticamente libre. La sociedad se lo concede y el precio que paga la arquitectura es la irrelevancia. Los arquitectos no están en los temas duros que le importan a un país, los que te complican de verdad, pobreza, violencia, resentimiento, segregación, desigualdad.
¿Cuál es la principal peculiaridad de la respuesta que Elemental da a las preguntas sobre vivienda social?
Yo diría que básicamente es redefinir la noción de calidad. Cualquier chileno te diría que una casa de mala calidad es una casa chica y mal hecha. Por lo tanto, la primera respuesta sería que hacerlas de mejor calidad sería hacerlas más grandes y mejores. Nos pareció que eso iba a significar contestar bien la pregunta equivocada. La razón es que los fondos públicos en Chile alcanzan para construir la mitad de una casa. Eso en general es así en el mundo. Y cuando la plata alcanza para la mitad, la pregunta relevante es qué mitad hacemos. Uno debiera hacer con fondos públicos la mitad que una familia nunca va a poder lograr por su cuenta. El tamaño y las terminaciones son algo que una familia si va a poder hacer siempre y cuando, por ejemplo, no pierda la pega. Para no perder la pega, las viviendas sociales tienen que estar bien localizadas. Por lo tanto, antes de contestar cuánto, cuántos metros cuadrados tiene una casa, cuántas terminaciones, la vivienda social debiera contestar dónde. Esa es una pregunta que no se le hace en general a la vivienda social. Cuando nos compramos casa, esperamos que cada día que pasa valga más. No hay ninguna razón para que en vivienda social eso no ocurra y veníamos observando hace tiempo que en vivienda social la cosa se parece más a comprarse un auto que a comprarse una casa, cada día que pasa vale menos. Eso es una desgracia. Este principio de hacer bien la mitad difícil de una casa, de tal forma que tenga la capacidad de valorizarse en el tiempo es el ADN con que enfrentamos los diseños, aun cuando las formas no sean siempre iguales.
¿Qué tan aplicable es esto en Santiago, donde los suelos son más caros que en el resto del país?
Estamos con cinco proyectos en Santiago, todos dentro del límite urbano, un proyecto en Renca, un proyecto en Lo Espejo. Tenemos posibilidades de hacer conjuntos de viviendas sociales integrados por un buen rato. Pero eso eventualmente también se va a acabar o el mercado se va a dar cuenta y van a subir los precios de los suelos. En Elemental trabajamos en paralelo en usar la ciudad como fuente de equidad. Es decir, si la gente vive en “A”, porque le tocó una casa del subsidio allá y la ciudad, que en el fondo es una concentración de las oportunidades, donde están las fuentes de estudio, de trabajo, de recreación, está en “B”, la lógica es tratar de poner “A” lo más cerca posible de “B”. Y eso cuesta caro. La segunda lógica es tomar las oportunidades y ponerlas ahí donde ha habido o se ha construido vivienda social. La segunda gran veta de proyectos de Elemental son tomar proyectos de infraestructura, de espacio público de transporte, y colocarlos ahí donde la ciudad ha quedado al margen de estas oportunidades que se concentran en otros lados. Uno podría usar la ciudad como fuente de equidad y construir un centro nuevo para Santiago. Eso diría que es una tarea pendiente para la sociedad chilena.
Eso se contrapone a una concepción más bien romántica sobre la ciudad que tiene la elite chilena. Se tiende a privilegiar el modelo de ciudad europea antes que el modelo de ciudad con varios centros urbanos conectados por autopistas, como en Los Angeles.
La discusión sobre la ciudad tiende a ser demasiado ideológica. En las cartas a los diarios, por ejemplo, todo el debate público es entre los que defienden que la ciudad debería ser con autopistas, porque son eficientes, y los que defienden que debería ser sin autopistas, porque son inhumanas. En general, hay ejemplos de ciudades con autopistas que son buenas y hay ejemplos de ciudades con autopistas que son malas. Asumiendo que Santiago tiene 50 por 40 kilómetros, con periferias de tal naturaleza, con las autopistas que se han hecho, aceptando que es así, lo que hay que preguntarse es qué debería cumplirse para que fuera una buena ciudad.
No es posible que Santiago, con el desarrollo que tiene, no tenga un solo lugar donde pueda ir a andar en bicicleta con un niño por más de 800 metros. Si quiero salir a trotar por el borde del río, ando un tramo y en el Puente del Arzobispo se me acaba la vereda. No hay un sólo espacio público en Santiago acorde con el tamaño que hemos alcanzado.
¿No está cambiando nuestro modo de vida de tal forma que esos espacios públicos grandes ya no responden a nuestras necesidades?
Cambia y no cambia, como en todas las cosas. Al final del día, como dice la Marguerite Yourcenar, tenemos los mismos tendones que los romanos y una escalera cómoda es la misma que hace dos mil años. Independientemente del cambio en tu estilo de vida, el asado debajo de una sombra o echarse debajo de la sombra de un árbol sigue siendo imbatible. Cada vez veo más gente andando en bicicleta en el cerro. Un espacio público horizontal para que más gente ande en bicicleta, no existe.
¿Dónde cabe eso en Santiago?
La base del cerro San Cristóbal es un proyecto que estamos empujando hace años. Antiguamente, para llevar agua desde el río Mapocho a la zona Norte, no te quedaba otra que rodear el cerro con una cuestión que se llamaba Canal del Carmen. En los años sesenta, el canal se entuba. Cuando vas al teleférico se pasa un puente sobre un canal. Ese es el tubo del Canal del Carmen. El lecho seco del Canal del Carmen sigue por detrás de Pedro de Valdivia, pasa por detrás del Sheraton, por arriba de los canales de televisión, por esa calle que se llama Carlos Reed, que llega hasta el Zoológico. Si miras desde el Cerro Blanco, desde Huechuraba, o cuando vienes por Vespucio, hay una línea que es el antiguo Canal del Carmen. Son trece kilómetros continuos de paseo peatonal horizontal. Lo único que hay que hacer es desmalezar el antiguo canal y ponerle un poco de maicillo si quieres la versión “desde”. No es un problema de recursos., es un problema de coordinación. Normalmente, esos espacios en las ciudades están asociados a las geografías. Qué es la única cosa barata que uno puede hacer en Londres, pasearse por la caja del Támesis. En Río de Janeiro, las playas. El Malecón en La Habana. No existe un espacio geográfico en Santiago que hayamos podido capitalizar y lo tenemos acá al lado.
De alguna forma la identidad de una ciudad tiene mucho que ver con lo que se puede hacer gratis en ella.
Yo diría que sí. Nunca lo había pensado en esos términos. Yo diría que cada ciudad sabe dónde tiene sus fortalezas. Si uno mira Santiago, no hay ninguna obra de arquitectura o ningún centro histórico que uno dijera “oye, ¿fuiste a Santiago y viste tal cosa?”. Su virtud es su geografía. Lo primero que haces con un gringo, lo subes al cerro San Cristóbal y le muestras el valle. La arquitectura que esté puesta encima da un poco lo mismo.
¿Cómo entiendes lo patrimonial?
Nunca lo he pensado. Probablemente, nunca me ha interesado porque en Chile no hay patrimonio. Acá se considera vieja una construcción de 90 años. Vengo llegando de España, donde algo de menos de 90 años se considera moderno. Se puede botar sin pedir permiso. En Chile, como en América, lo importante no es la historia, es la geografía. Nuestro lujo no es el tiempo, es el espacio. En el caso de Chile, la discusión patrimonial no me quita el sueño.
¿Si te dicen “vamos a botar la Estación Central”, te da lo mismo?
Sí.
“Vamos a botar La Moneda” ¿Te da lo mismo?
Quizás un poco menos, pero si me ponen una pistola al pecho, me da lo mismo.
El palacio Cousiño, el Club Hípico...
Sí, porque en general son arquitecturas periféricas... si vamos a ir a buscar clubes hípicos en esa línea, te vas a otro lugar del mundo. Ahora, me parece bien que estén y no los botaría si no es para reemplazarlos con algo mejor. Y acá en general se reemplaza con algo de peor calidad. Pero me parece muchísimo más grave pitearse los ríos de Aysén con centrales hidroeléctricas. Eso es patrimonio para mí. Eso, además, es nuestro lujo. Eso es por lo que mucha gente del mundo estaría dispuesta a venir a Chile pagando. Nadie va a venir a Chile a darse una vuelta al Club Hípico. Sin embargo, sí hay gringos que van dejar mucha plata por venir a ver un glaciar de Aysén.
10.14.2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario