6.29.2006

El trabajo, manual de sobrevivencia

Desde siempre he sido parte de ese porcentaje de chilenos, hoy sobre el 50%, que tiene miedo a perder el trabajo. Mi razón para ese temor es muy sencilla. El primer requisito para perder el trabajo es, simplemente, tenerlo (también hay una visión optimista asociada a este razonamiento: el primer requisito para encontrar trabajo es no tenerlo).

Pese a esto, desde que comenzó mi vida laboral, nunca he estado cesante. La única vez que fui finiquitado fue porque se cerró el medio donde trabajaba, pero al mes siguiente ya estaba recibiendo sueldo en otro lado. Nunca he confiado mucho en mis capacidades y tengo una conciencia acabada de la extensa lista de errores que he cometido a lo largo de los años. También soy bastante flojo y nulo para cultivar contactos. Así que mi eficiencia, mi responsabilidad o mi talento no explican mi continuidad de empleo. He llegado a la conclusión de que lo que permite la permanencia laboral es sólo un conjunto de hábitos y conductas que no tienen que ver con las aptitudes individuales. Para mí ha funcionado. Aquí, una lista:

  • Decir que sí: Aunque estés en desacuerdo o creas que la respuesta adecuada es un "no", plantéalo en positivo. "Tu idea me parece magnífica, yo la complementaría con lo siguiente... (ese complemento, por cierto, es totalmente contradictorio con la idea original)". Esto funciona especialmente hablando con superiores jerárquicos.
  • Decir que no: Esto funciona con subalternos. A veces te plantean cosas que no te parecen. Entonces, aunque existn dudas, hay que decir que no, sin mediar explicación. La idea es proyectar decisión y firmeza. Si alguien te quiere plantear algo que realmente le importa, va a volver hacerlo con mayor preparación después de una negativa. Es una buena manera de discriminar a qué dedicarle tiempo y a qué no.
  • Ser puntual: En nuestro país, donde se enseñorea la impuntualidad, el sencillo acto de llegar a la hora queda revestido de un aura de responsabilidad extra. La puntualidad te otorga cierta superioridad, pero es importante no pavonearse con esto. Cuando alguien pide perdón por no haber llegado a la hora, uno, que ha sido puntual, debe responder "no hay problema". De ese modo, incluso aparecerá haciendo un favor.
  • Postergar la satisfacción: Cuando uno tiene que buscar respuestas o soluciones, puede ver qué tan posible es demorar la entrega de resultados. A veces, la espera de quien aguarda algo incrementa la necesidad, con lo que una respuesta tardía proporciona una satisfacción mayor que una temprana. Claro que hay que ser cuidadoso con esto. Nadie espera para siempre. Se requiere detectar bien cuáles son los márgenes para maniobrar.
  • Lo difícil es fácil y viceversa: Cualquier cosa que a uno le encomienden o que uno vaya a encomendar puede ser situada en un punto de la escala fácil/difícil. Esta distinción del grado de dificultad de una labor nunca puede ser explicitada claramente. Hay que hacer que lo fácil parezca difícil y lo difícil, fácil. La ambigüedad en esta distinción permite justificar mejor los errores y magnificar los aciertos.
  • Escenificar para flojear: Siempre hay que hacer cosas lateras que uno preferiría evitar. Si son asuntos por los cuales hay que responder ante alguien, de todos modos cabe la posibilidad de ahorrarse la molestia. Pero es necesario tener en mente el escenario que debemos exponer cuando se nos pidan cuentas por lo que no hemos hecho y estar preparados para actuar de acuerdo a ese escenario. Ejemplo: "no, no me he reunido con los inversionistas japoneses, porque encontré una buena oportunidad en un fondo de inversiones australiano". En ese caso, se debe tener en cuenta que una de las dos afirmaciones debe ser cierta. Porque de todos modos habrá que juntarse con los japoneses o tener a mano a los australianos. El corolario de esto es que las cosas fomes no se pueden evitar, pero sí manejar y dilatar para que no nos amarguen tanto la vida.
  • Usar la mentira como bien escaso: Muchas veces he tenido que justificar fallas o incumplimientos. En la mayoría de los casos he preferido decir la verdad: "se me olvidó", "me quedé dormido", "no sé". Inventar justificaciones es más complejo y muchas veces la honestidad se valora positivamente por sí misma (no importa si se dice algo muy terrible mientras sea honestamente). Llegado el momento en que la verdad no soluciona el problema, hay que tener una buena coartada. No se trata sólo de inventar un cuento, hay que crear un mundo relacionado. Si se invoca una consulta médica que no existió, es una mala movida, porque no habrá boletas médicas ni bonos de isapre que respalden la historia. Así que esto, sólo como último recurso.

6.15.2006

La prensa de izquierda

Como muchas personas que se autodefinen de izquierda, no soy más que un liberal de derecha que vota por la llamada ala progresista de la Concertación. Trato de no decírselo a mucha gente, pero en realidad uno no puede sentirse de izquierda si, como yo, se resignó a validar el libre mercado, regulaciones más o regulaciones menos, como la única opción que ha creado progreso y disminuido la pobreza en el mundo. Si alguien tiene un ejemplo en sentido contrario, lo agradeceré.

El amargo descubrimiento de que muchos somos mucho más de derecha de lo que creemos no ha impedido que me preocupe el destino trágico de los medios de comunicación que no pertenecen a empresarios de derecha. El caso reciente del diario Siete se suma a una larga estela de defunciones: Rocinante, Plan B, La Epoca, Fortín Mapocho, Hoy, Apsi, Cauce, Análisis. Es evidencia suficiente para pensar que la existencia de un medio escrito de línea editorial de centroizquierda es inviable en nuestro país.

Sin embargo, la mayoría de los chilenos vota por la centroizquierda. Sería más fácil entender el predicamento de los medios externos a la órbita de la derecha empresarial si viviéramos en un país cargado electoralmente a la derecha. Pero no es así. Para explicar esta contradicción, los responsables de los proyectos periodísticos que han tenido que bajar las cortinas tras la asfixia económica sostienen ser víctimas de un castigo ideológico de parte de los avisadores, es decir, del empresariado, mayoritariamente afín a la derecha.

Ese argumento sería razonable si los medios que ya no están entre nosotros hubiesen exhibido cifras de circulación y lectoría robustas, lo que no ha sido el caso. Con los resultados que tuvieron, el castigo ideológico del empresariado que ellos denuncian no es más que sentido común a la hora de tomar decisiones sobre inversión publicitaria.

También se le reprocha al gobierno no hacer su aporte al pluralismo al no haber privilegiado a estos medios como destino de su avisaje. Hace poco conversé de esto mismo con un ministro del actual gobierno. El estuvo de acuerdo en que desde una cartera ministerial o una repartición pública dependiente del Ejecutivo no se pueden tomar decisiones económicas (toda decisión sobre avisaje lo es) con criterios de afinidad política. "A los contribuyentes no les gustaría que su dinero se gastase de una forma ineficiente", recalcó.

Se denuncia asimismo que, por razones ideológicas, muchos avisadores privados evitan invertir en medios de éxito probado. Es cierto. Con sus cifras de circulación, The Clinic debería tener muchísimos más avisos, pero hay marcas cuyos dueños han decidido no invertir en este medio simplemente porque no están de acuerdo con su línea editorial. Se podría decir entonces que, así como los empresarios pueden seguir sus inclinaciones políticas al destinar su presupuesto publicitario, el gobierno tiene el mismo derecho. Error. Los vicios privados no justifican los públicos. A estas alturas, la coalición gobernante debería saber más que cualquier otro sector político que la conducción pública debe ser ejemplarmente racional, transparente y honesta. Por lo tanto, tampoco sería correcto esperar que el gobierno actúe contraviniendo estas exigencias. Y comprar publicidad con sesgo político las contraviene.

Temo que la verdadera razón tras la muerte prematura de tantos medios de centroizquierda está en la propia naturaleza de esos medios. Y, lamento decirlo, esa naturaleza es fome y fea.

La intelectualidad concertacionista suele enfrascarse en polémicas que no le importan a nadie, generalmente carece de sentido del humor y mira por encima del hombro al público. Los medios de derecha no cometen esos errores. Ni siquiera medios para la élite como Capital, que en realidad es mucho más accesible que lo que fue Rocinante. Y a propósito del epíteto de fea que le dedico a la prensa afín a la Concertación, basta recordar la diagramación de Rocinante. Nunca he visto algo que aleje tanto al lector. The Clinic es feo, pero divertido. Ojo: basta cumplir con uno de dos requisitos para sobrevivir.

Los medios de derecha, más allá de sus propios sesgos editoriales, han aprendido a invertir en la calidad de sus productos. A los empresarios periodísticos concertacionistas les ha faltado realismo en ese aspecto. Montar un diario o una revista requiere una gran inversión en recursos humanos y en infraestructura. El Mercurio está lleno de periodistas de izquierda (muchos de ellos liberales de derecha no asumidos como yo) simplemente porque paga mejor y entrega buenos beneficios.

He trabajado en las dos empresas del dupolio de los periódicos chilenos y he reparado en que ambas tienen su propia flota de camiones. Así, controlan su propia distribución. Ningún medio de centroizquierda ha podido hacer esto. Obviamente no han tenido el capital, pero es iluso lanzarse en una empresa de este cariz sin detectar ese tipo de necesidades.

Me parece que la derecha entiende mejor el negocio editorial y cuantifica con realismo los recursos en juego. Es cierto que El Mercurio ha recibido ayuda financiera en momentos clave, tanto de parte de Estados Unidos como de la dictadura militar. Más allá de lo espurio que podamos considerar ese financiamiento, hay que reconocer que la empresa de la dinastía Edwards supo dimensionar acertadamente sus necesidades. No sé si Genaro Arriagada pueda decir lo mismo sobre su gestión en diario Siete.

6.09.2006

Tal vez escriba un poema

Tal vez escriba un poema
Una tarde como esta
Una ocurrencia azarosa
Distante de la vergüenza

Será de repente una forma
De matar el aburrimiento
Un escape de las cosas
Que debiendo hacer no emprendo

Acaso sea sólo un reflejo
Incitado por un misterio
El recuerdo de alguna otra tarde
O el dolor que acarreo dentro

Aunque puede ser de contento
Por una sonrisa o el brillo
De la luz sobre su pelo
Por una mañana tibia
O el consuelo de su aliento

No sé si por la miseria
Por la gloria o por el duelo
No sé si por la injusticia
No sé si por desconcierto
No sé si de agradecido
No sé si de puro lleno

Pero puede que llegue el día
En que un estremecimiento
Ponga a vibrar las cuerdas
De quién sabe qué instrumento

Así surgirán palabras
Agolpadas sin mucho acuerdo
Y tal vez escriba un poema
Antes de caer muerto

6.01.2006

Estudiantes

La movilización de los estudiantes secundarios es una de esas odiosas situaciones en que todo el mundo tiene una opinión. Y me incluyo, lamentablemente.

Una de las situaciones que más me ha asombrado es la admiración que profesan los adultos y en especial los medios de comunicación por este movimiento y sus dirigentes. No digo que los secundarios involucrados no merezcan admiración. La verdad es que no conozco tanto de ellos como para llegar a una conclusión tajante. Lo que me llama la atención es cómo el discurso meditático ha redundado en el asombro ante el hecho de que estos jóvenes sepan expresarse, organizarse y oponerse con fundamentos al orden establecido.

Si yo fuera secundario, me ofendería. Precisamente, uno de los problemas de fondo que yo atisbo en este conflicto no tiene que ver sólo con la educación, sino con la subvaloración de que es objeto la juventud. Expresarse, organizarse y rebelarse es propio de esa edad. Las formas cambian de acuerdo al momento, pero esas capacidades siempre están ahí. Como me decía un dirigente secundario de los ochenta en el programa de radio que conduzco, "es natural organizarse cuando ves todos los días a cientos de pares".

La reacción adulta ante esta explosión de descontento me resulta entre hipócrita y miedosa: Mejor alabar a estos adolescentes antes de que se vuelvan en nuestra contra.

En cuanto al gobierno, creo que ha hecho lo que ha podido. Me parece positivo que esté dando el espacio para que estas manifestaciones se produzcan. Durante la administración de Lagos, probablemente a Insulza se le hubiese ocurrido una forma ingeniosa, rápida y efectiva de sofocar el movimiento. Pero eso no hubiese hecho más que barrer las frustraciones de los estudiantes bajo la alfombra, como creo que de hecho pasó. Si el desarrollo de los acontecimientos ha parecido estar fuera de control y las negociaciones han estado desordenadas por parte de la autoridad, es porque el gobierno está enfrentando la situación sin manual y haciendo un esfuerzo por asimilar la situación. Esto puede no resultar muy efectivo, pero al menos es más honesto y comprometido.

Claro que de ser completamente honestas, las autoridades deberían poner todas las cartas de la mesa y señalar, por ejemplo, que la mejora en la calidad de la educación es una empresa que toma varias generaciones. Sólo se observarían sus efectos cuando los movilizados de hoy sean padres. Es una realidad desalentadora, pero creo que no se puede ocultar. Aunque estropea la fiesta, el realismo te orienta cuando la diversión se acaba.

Y sobre los estudiantes, todo bien, salvo un par de cosas que echo de menos en sus propuestas. Falta una discusión sobre prácticas retrógadas de nuestro sistema educacional como la regulación de la apariencia de los estudiantes, el uso de uniformes y la persistencia de la separación por géneros en algunos de los establecimientos públicos. ¿Por qué las mujeres no pueden acceder a la mayor calidad educacional que ofrece el Instituto Nacional, por ejemplo?

También en el programa de radio que mencioné antes, conversé telefónicamente con el vicepresidente del centro de alumnos del Nacional. Al final de nuestro diálogo le pregunté si en la movilización había espacio para carretear y engrupir. Se enojó mucho. Yo quedé preocupado, pensando que si una nueva generación tampoco sabía conjugar deber con placer, el futuro no se veía bien aspectado. Después me contaron que en los liceos mixtos el carrete estaba movido. Eso me consoló de algún modo.