3.12.2007

Las desgracias de la meritocracia

Lo que empezó como un sano cuestionamiento social en torno a los criterios con que recursos del estado se entregaban a los ganadores de la beca Presidente de la República, se ha transformado en una caza de brujas con aires de sainete.

Los diarios de ayer domingo traían una carta de Ricardo Lagos Weber en que defendía su derecho a haber sido becado, una respuesta de Carlos Peña a esa carta en su columna de El Mercurio y una columna de el historiador Alfredo Jocelyn - Holt donde delataba que el mismo Peña tenía titulaciones pendientes en carreras de pre y post grado.

Es cierto que vivimos en un mundo competitivo, donde sirven la especialización y el perfeccionamiento, para lo cual la instrucción académica tradicional es una vía. También es verdad que el acceso a esa educación debería eliminar o reducir al mínimo posible cualquier tipo de discriminación o nepotismo. Pero también creo que se le está dando demasiada importancia a los títulos y los estudios en el extranjero.

Para ser transparente, aclaro que en algún momento me interesó estudiar fuera del país o continuar acá mismo con estudios de post grado, pero luego lo deseché. No me da el mate, no tengo plata y no tengo tiempo. Así que puede que mi reacción esté teñida con matices de pica y envidia. Asumiendo que así es, me sigue pareciendo pertinente preguntarse si es productiva esta obsesión por los masters, los MBA y los doctorados que consume hoy por hoy a sectores de nuestra sociedad.

No estoy seguro de que cada persona que vuelva con su Ph.D. desde la costa este de Estados Unidos va a ser necesariamente un aporte para el país. Puede que, en vez, haga un gran aporte a sus arcas privadas. O puede que sea alguien cuya eficiencia se limita sólo al ámbito académico, por lo que estará siempre estudiando, pero difícilmente volcando esos conocimientos al mundo práctico, donde realmente sirven. Conozco casos de ambas situaciones.

Si para progresar como país necesitamos tanta gente dedicada unos 12 años a sacar adelante estudios superiores formales, algo no cuadra. En un Chile cada vez demográficamente más viejo, requerimos parte de esa fuerza laboral acá, no en los prados y las bibliotecas neoclásicas de Boston.

La discusión sobre becas y títulos tampoco asume nuestro nuevo paisaje tecnológico, donde el flujo de información hace prescindibles ciertas funciones de la antigua institución universitaria. El acopio de información en un espacio físico delimitado y las clases presenciales se vuelven cada vez más anacrónicas. Cada vez más gente puede diseñar opciones propias de educación y perfeccionamiento. Si sólo pensamos en los títulos convencionales como garantía de idoneidad y eficiencia, creo que se perdería un capital humano valioso.

Entonces, en vez de discutir quién tiene o no tiene más doctorados, deberíamos ponernos a pensar como flexibilizamos los mecanismos de certificación académica y laboral. ¿Realmente está incapacitado alguien sin título universitario para trabajar en el sistema público? Que yo sepa, Gabriela Mistral no tuvo tal documento durante un tiempo, lo que no creo que la haya convertido en una mala profesora de liceo. ¿Acelera el desarrollo o lo entorpece una concepción de la educación superior que pone trabas y requisitos rígidos y de corte elitista?

Es algo que, de verdad, deberíamos estudiar.