1.10.2007

Get a (social) life

Siento una extraña fascinación por la vida social de los diarios y los medios impresos en general. Hasta donde entiendo, porque esto del periodismo comparado no se me da, es una práctica bien chilena. O al menos en Chile se le dedica más tinta, flashes y tarjetas de memoria que en otros países.

A veces escucho la queja de que la sección internacional de El Mercurio tiene tres o cuatro páginas y la vida social, seis. Yo no digo nada y me siento avergonzado y culpable por no encontrarlo tan terrible. Me dan ganas, eso sí, de preguntarles a los que formulan la crítica qué sección los entretiene más.

La verdad es que leo la sección internacional, pero obligado. Aparte de ser fome, es poco ilustrativa en la mayoría de los casos. La vida social es todo lo contrario. Como hay poco que leer, no hay que dedicarle voluntad a ese estilo tan fome y tedioso de escritura y, si bien nada tan trascendente se publica ahí, por lo menos se entiende lo que hay que entender, cosa que rara vez se logra en las secciones de noticias serias: tal gente fue a una exposición, entregaron un premio en tal empresa, unas señoras jugaron bridge, gente bien alimentada y de pelo liso veranea en tal balneario. No hay manipulación, descontextualización ni equívocos.

Claro que mi fascinación no se debe a esa transparencia de la vida social. Es sencillamente que me gusta ver a las personas y los gestos que adoptan ante la cámara en el momento en que su estampa está siendo captada para, con suerte, quedar impresa en un medio de circulación nacional. ¿Estarán pensando en hundir la guata, en sus peinados, en que esta puede ser una pequeña consagración, un reconocimiento, mínimo y cotidiano, quizás nimio, pero valioso igual, de ser considerado "alguien"?

Me entretienen las manos que se toman por delante los ejecutivos, su formalidad y sus risas sosas, inocuas, como para no contaminar la identidad corporativa de sus empresas con un toque de estilo personal. Me entretiene también la uniformidad bohemia de lo que aparecen retratados en exposiciones, desfiles y otros eventos mediáticos, con las copas en alto, cara de estar pasándolo bien y de que en realidad no les importa aparecer en la vida social, aunque algo indefinible que los rodea parece apuntar que sí.

Nadies es tan bonito ni tan feo en la vida social. Las fotos son parejas en su mala calidad, así que los rasgos más pronuciados de la fisonomía de los retratados se pierden. Las modelos no se ven tan ricas, se humanizan. Los pelados, los gordos, los narigones, no llaman tanto la atención. Por cierto que la gente de la vida social suele aparecer ataviada para la ocasión (lo que no es lo mismo que andar elegante, pero a veces sí), pero eso se vuelve secundario una vez que las fotos llegan al papel, perdiendo en el trayecto las texturas y las luces del evento real.

La vida social es pura escenografía, un registro de eventos creados en parte para que, precisamente, lleguen las cámaras de la vida social, con gente que adopta, o intenta adoptar en la fracción de segundo que dura el disparo de un flash, la postura que mejor la proyecte ante los lectores que se toparán con sus fotos. Todo eso es falso. Pero el producto, los deseos, aspiraciones, derrotas y triunfos que revelan los mecanismos de la vida social, todo eso es real. Alguien decía que la literatura hace lo mismo, contar mentiras para decir la verdad.