12.31.2007

2007: Resoluciones sin cumplir


  • Retomar los estudios de alemán.

  • Terminar los siete volúmenes de "En busca del tiempo perdido".

  • Postear al menos una vez a la semana.

  • Apretar el abdomen.

  • Terminar este cuento.

  • Darle vida a MC Graff, el perro hip hopero que rima en pos de la moral, las buenas costumbres y la seguridad ciudadana.

  • Jugar más con esta adorable persona pequeña.

  • Escribir el ensayo "Nuevo puritanismo: La ética del mundo on line".

  • Entender por qué soy como soy.

10.08.2007

Proyectos de tesis

"No eres dueña de tu vida": Sumisión femenina y destino trágico en las heroínas de las teleseries dirigidas por Oscar Rodríguez.

"¡¿Qué dice el público?!": Participación democrática en Sábados Gigantes, 1978 - 1985. Un enfoque multidiscplinario.

"Shana nanina": Lenguaje y deconstructivismo en la discografía de La Ley.

"Estrechez de corazón": Malestar social y su vínculo con las cardiopatías en Chile expresado en las canciones de Los Prisioneros.

"Inolvidable como lo que no se puede olvidar": Los mecanismos de la memoria en la música de Keko Yunge. Un aporte desde la neurociencia.

"Way beyond compare": Desire and idealization throughout the Lennon-McCartney songbook.

10.04.2007

En este instante fecundo...

Siempre me ha molestado la costumbre nacional de desbordarse en homenajes y conmemoraciones en torno a una figura cuando se trata de una fecha como su natalicio o el aniversario de su muerte.

O sea, no pretendo que no se hagan, pero me irrita esa catarsis en que entra todo el mundo a raíz de la efeméride específica, para luego olvidarse del personaje el resto del año. Tal vez por ese olvido, las celebraciones y actos respectivos son siempre llevados a cabo con una alharaca sólo atribuible a la culpa, como los parientes que se ponen sentimentales en las reuniones que realizan muy de vez en cuando.

Hoy, Violeta Parra habría cumplido 90 años y, como era de esperar, está en todos lados. Lo más probable, como suele ocurrir, es que mañana vuelva a desaparecer.

Pero en esta ocasión hay excepciones. Como una forma de honrar su nombre de modo permanente, la radio Rock & Pop lanzó una campaña para rebautizar como Violeta Parra la calle Carmen, donde la casa con la numeración 340 albergó la Peña de los Parra. También estará la exposición de sus arpilleras en el Centro Cultural del Palacio La Moneda desde el 8 de noviembre. No termino de convencerme si las arpilleras son realmente buenas o las podría haber hecho un estudiante más o menos diestro para el día de la madre, pero agradezco poder ir a verlas y decidirlo con información de primera fuente.

Sobre el nombre de las calles, creo firmemente en su poder. Es quizás la forma más efectiva de escribir nuestra historia. Si Jaime Guzmán tiene su calle, Violeta Parra la merece muchísimo más. Entre alguien que desconfió de la democracia y una mujer que llegó a la médula de la música y la poesía, no tengo dónde perderme.

Recuerdo que, cuando éramos niños, a mi hermano y a mí nos estremecía el Rhin del Angelito. Violeta Parra nos había enfrentado sin más al misterio y la inevitabilidad de la muerte, en una canción que además se enseñaba en el colegio como una inocente pieza folclórica. Nada, la vieja estaba mucho más allá del folclor. Lo suyo es filosofía, poesía al hueso. Puro punk a pata pelá.

Por cierto que ella no necesita los homenajes. Son necesarios para nosotros, sobre todo para un país en gran parte culpable de no haberle prestado atención. Aunque siempre tendré la duda de si, de haberla reconocido en vida, ella se habría sentido cómoda. Algo me dice que cierta disposición trágica le impuso ese carácter huraño e indomable que describen quienes la conocieron y que, sin esos rasgos, sin vivir en una adversidad permanente, muchas de sus canciones no habrían germinado.

Ella lo pasó mal para que nosotros accediéramos a la belleza de su obra. Hay algo de sacrificio ahí, tal vez involuntario, pero acaso todo sacrficio, todo heroísmo, toda acción humana no sea si no involuntaria. Da lo mismo, debemos tener presente que estamos recordando a una mujer que no fue feliz, sin cuya desdicha no podríamos haberla admirado. Eso merece más que una calle. Merece sobre todo respeto. Y algo de silencio.

10.02.2007

Aunque llegue tarde: Naty

Recuerdo conversaciones en la sala de clases a los 16 años. Tuve la mala suerte de concluir la educación secundaria en un colegio liberal en ciertos aspectos conductuales, incluida la sexualidad, aunque muy conservador en otras materias. Digo mala suerte no por los rasgos conservadores que pudo haber tenido el colegio, sino porque de aquella liberalidad sexual que imperaba me tocó prácticamente nada.

Debía contentarme escuchando los relatos de compañeros y compañeras sobre sus incursiones sexuales, su placer, su atrevimiento, su permanente cruce de límites, todo contado con relajo y franqueza, con cierta madurez que, retrospectivamente, me asombra. Los que ya habían dado curso en pareja a su sexualidad compartían su experiencia con un entusiasmo alejado del morbo, como una celebración generosa del florecimiento de sus propios cuerpos.

En una de las tantas ocasiones en que fui oyente envidioso de sus proezas, la conversación llegó al tema del sexo oral. "Todas te lo chupan a los 21", dijo un compañero. "Qué asco, nunca lo voy a hacer", dijo una chica. "Nunca digas nunca jamás" replicó otra con sabiduría.

Hace 10 días vi "Wena Naty". Si mi compañero de curso de entonces tenía razón, la edad promedio del, digamos, consentimiento oral ha caído al menos en siete años.

Claro que algunas cosas han cambiado desde entonces. Hoy, prácticas como el sexo oral y anal suelen ser consideradas como parte de un repertorio previo a la relación sexual genital, lo que más bien era a la inversa dos décadas atrás. Sobre todo entre jóvenes de clases altas, esto es visto como una forma de preservar la virginidad y no correr el riesgo de un embarazo no deseado. El sexo sin pentración genital está menos asociado al compromiso, se corresponde mejor con el impulso de exploración propio de la edad.

La energía sexual de los adolescentes de hoy también es distinta. Hay más estímulos, más acceso gratuito y libre de trabas a la pornografía. Hay reggaeton. Si Dady Yankee hubiese existido a mis 16, tal vez algo de acción me habría tocado y no habría tenido que graduarme invicto.

Y está la tecnología. El papel impreso llevó la iniciación sexual a espacios cerrados como baños y dormitorios. Los medios audiovisuales crearon el descubrimiento sexual como una experiencia en grupo, como rito compartido entre amigos que robaban cintas porno de sus padres. La conjunción de portabilidad, digitalización e interconexión de nuestros días hacen de la experiencia pornográfica una actividad comunitaria que se comparte desde el anonimato. En un plano relevante, el ícono Naty es más importante que la escolar real que protagonizó la historia (hay planos donde sí deberíamos poner más atención a la joven real, sobre todo al discutir sobre su expulsión del colegio o sobre el machismo que tristmente impregna todo este asunto).

La relación entre privacidad y exposición pública que este caso ha traído a la atención de varios ha sido expuesta acertada y atractivamente aquí. Tal como lo dije en un comentario del sitio recién linkeado, me llama la atención que la escena se haya registrado en un espacio público, casi como una subversión del porno, que transcurre entre paredes para construir la fantasía de la violación de la intimidad de terceros. "Wena Naty" es declaradamente no íntimo. La tecnología ha convertido los espacios cerrados domésticos en sitios más públicos que los parques y las plazas, ahora confinados a refugio para lo que antes se hacía a escondidas, tras puertas cerradas.

Toda esta historia me ha llamado la atención sobre cómo se están redibujando las fronteras entre lo público y lo privado, entre adultez y niñez, entre sexo y afectividad. Wena, Naty.

8.29.2007

¿Tenerla larga o feliz?

Hay un chiste gringo más o menos así:

Una mujer se acercó a un pequeño hombre viejo que se mecía en una silla en su pórtico. "No pude evitar darme cuenta de lo feliz que se ve usted", dijo ella. "¿Cuál es su secreto para una vida larga y feliz?", le preguntó. "Fumo tres cajetillas de cigarrillos al día", respondió él. "También me tomo una caja de whiskey a la semana, como grasas y nunca hago ejercicio". "Es impresionante", dijo la mujer. "¿Cuántos años tiene?" "Veintiséis", dijo él.

El chiste implica, obviamente, que no se consigue una vida larga bebiendo, fumando, alimentándose mal ni practicando el sedentarismo. Pero no quiere decir necesariamente que así no se pueda llevar una vida feliz. El viejo de 26 años se veía tranquilo y contento. Eso fue lo que llamó la atención de la mujer, no su supuesta longevidad.

Vieja pregunta, entonces. ¿Vale más la pena esforzarse por una vida larga que por una vida feliz?

8.16.2007

El sueldo ético

El llamado de la iglesia a instaurar un sueldo ético es tal vez un ejmplo más de la clásica relación por medio de la culpa que ella tiende con sus fieles. Pero está visto que, cuando se trata de meterse la mano al bolsillo, la culpa no funciona mucho con los empresarios católicos .

Es una contradicción divertida que, en líneas generales, quienes comparten las orientaciones morales de la iglesia no compartan sus orientaciones sociales y que quienes sí se identifican con su mensaje social no se vean representados en su doctrina moral.

Es difícil ser católico de verdad. Habría que ser progresista y cartucho, un bicho muy raro. Como los tiempos no están para andar quemando herejes, la jerarquía de la iglesia tiene que conformarse con un rebaño que la sigue a medias. Incluso Benedicto 16 parece no estar persistiendo todo lo que se esperaba en su agenda ortodoxa.

Aunque el problema real de la iglesia y de la gente que alberga buenas intenciones sociales es otro. Tanto la economía como el sexo responden a los impulsos biológicos de la procreación y la sobrevivencia. Inscribirlos en las esferas de la ética y la moral resulta contraproducente.

La historia demuestra que cada vez que se ha intentado atribuir principios de justicia racional al mercado, sólo se ha creado más pobreza. Es una constatación odiosamente facha, pero hasta el momento no ha surgido experiencia que la desmienta.

La restricción de los impulsos sexuales según un diseño moral ha derivado en represiones, neurosis, psicopatías y otras calamidades (también una que otra desviación sexual placentera, si no todo es tan malo tampoco).

El mercado no es cruel, como decía Patricio Aylwin. El mercado es amoral, igual que la naturaleza. Eso se confunde con crueldad, pero un terremoto no es realmente cruel. Lo cruel son sus consecuencias para quienes no han tenido las mismas oportunidades que otros. Y ahí sí que pueden entrar las buenas intenciones racionales de los humanos.

Lo ético no debe perseguirse en los sueldos, sino en cuán iguales son las oportunidades que tenemos para acceder a sueldos y vidas decentes. Al menos con los seres vivos de nuestra misma especie, deberíamos procurar que nadie nazca en desventaja, cosa que también parece natural. Lo otro sería eliminar justo después de nacer a las crías que van a sufrir , pero parece que no estamos genéticamente programados para eso.

La gente que cree en abstracciones universales como el progreso continuo, el cristianismo y el islam es la que está depredando el planeta y creando pobreza. El regreso a una vida más natural y libre de creencias inviables sería, curiosamente, más ético y justo.

8.01.2007

Ambición

Se lo dije hace poco a un amigo. Tal vez, él pensó que se trataba una vez más de mi insoportable cinismo o mi afán permanente por lo que se conoce como épater les bourgeois. Pero yo estaba siendo sincero.

"Mi ambición -dije- siempre ha sido ser la persona más conocida, admirada, bella, rica y poderosa del mundo".

Suena terrible, megalómano, psicótico. Pero no es tanto. Lo que pasa es que, junto con reconocer que albergo esa ambición, asumo automáticamente que es imposible de realizar. Entonces, todo queda donde mismo.

Lo que me parece importante de esto es la necesidad de reconocer que los impulsos de muchos de nosotros tienden a ese narcisismo radical, a un egoísmo que ciega ante los otros, a pensar, tal vez no tan ilusioramente, que somos el centro del universo (desde el punto de vista de que somos los protagonistas de nuestras percepciones, sí lo somos).

Darse cuenta de que no es así también es necesario, pero requiere cierto humor, un grado de desprendimiento, no tomarse tan en serio. La humildad puede ser perfectamente el producto de una ambición extrema e imposible de satisfacer. De hecho, lo único que cabe ante tal ambición, por lógica, es la humildad.

Muchas veces, confío más en la gente que se reconoce ambiciosa, vanidosa o envidiosa que en la gente que proclama ser todo lo contrario. No es que necesariamente mientan, pero despiertan más sospechas.

Así que reconozcamos nuestras ambiciones y celebremos con alivio que nunca van a ser completamente satisfechas.

7.25.2007

La edad sin edades

Una nueva columna en plagio.cl de autoría del suscrito:

"Los límites entre lo que hemos concebido culturalmente como niñez, juventud, adultez y vejez son cada vez más difusos. Los niños hacen como los adultos, los viejos se portan como jóvenes, los adultos viven como niños.

"El período de vida sana y productiva que nos toca es considerablemente largo y homogéneo. Todas las edades se parecen."

Los argumentos, además de arrebatadoras escenas de intriga, acción y sexo, aquí.

7.17.2007

El soplo de Zurita

(Una entrevista publicada originalmente en revista Blank. La posteo para no dejar caer este lugar. Lo que pasa es que esto me tiene ocupado. Dedico este post, con mucho cariño, a Tere Toyos, que editó esta y varias otras.)

De Raúl Zurita hay dos figuras. Una es la poética, donde él encarna un personaje enfrentado a las fuerzas extremas de la mente, el cuerpo y la naturaleza, desde el dolor más desgarrador hasta el éxtasis más pleno, desde el caos hasta la armonía. También forma parte de esta figura su propia leyenda, hecha de imágenes como la mejilla que él se quemó y apareció en la portada de su primer libro, los poemas que mandó a escribir en el cielo sobre Nueva York, su intento de quemarse los ojos para perder la vista, su supuesta masturbación en público.

La otra figura es la de un hombre frágil y amable, de físico precario y hablar suave. Su cabeza semi calva y alargada da la impresión de ir puesta por error sobre un cuerpo proporcionalmente más pequeño que parece conducirse independientemente, no sólo por los signos del Parkinson que cada tanto se apoderan de sus movimientos. Ese Zurita aparentemente desvalido y algo tímido es el que abre las puertas de su casa en Pedro de Valdivia Norte para hablar del otro Zurita, el poeta cuya obra se lanza a lidiar con lo que él mismo llama “temas grandes”.

Encarnando la trasgresión en la poesía chilena posterior al golpe militar de 1973, Zurita ha escrito libros que generan consenso en torno a su valor. “Purgatorio”, “Anteparaíso”, “La vida nueva” y “Canto a su amor desaparecido” se cuentan entre ellos. Su obra también ha sido motivo de polémica y discusiones, como sucedió a raíz de “Los poemas militantes”, libro criticado por estar dedicado en parte a la Concertación y específicamente a Ricardo Lagos en el preciso momento en que llegaba a la Presidencia. No contribuyó a aplacar las suspicacias el que Zurita, agregado cultural tras la recuperación de la democracia, ganara el Premio Nacional de Literatura ese mismo año.

Hace meses, con la aparición de “Los países muertos”, el poeta de 55 años y estudios de ingeniería fue frontalmente a la polémica con versos que se hacen cargo del establishment cultural del país, donde desfilan algunos de quienes lo han criticado. “Y como títeres culeados Marín, P. Navia y el telonero Maquieira lloraban pasando por las rajadas aguas”, es uno de sus versos más celebres.

Más allá de las citas y alusiones puntuales, Zurita considera que todos sus poemas son en realidad parte de una sola obra. “Todos vivimos una vida. Entonces me imaginé que esto fuera casi como una vida paralela”, cuenta. “Son cosas que he visto o imaginado y que quiero estampar. Y al final la vida y, entre comillas, la obra, convergen hacia un solo punto, que es la muerte”.

Como si existiera un Zurita paralelo que se va tejiendo.
La obra se llama “Zurita” y se va tejiendo. Mira, los hechos en sí mismos son datos no más. A través de la palabra, uno puede darle a los hechos la caridad, la piedad, el espesor que los hechos en sí no tienen.

En los setenta, al embarcarte en esta obra paralela a tu vida estabas jugado por la poesía, aunque habías estudiado ingeniería.
Sí.

Me imagino que en un principio no debe haber sido fácil. ¿De dónde te nutriste para mantener la vocación?
Nunca ha sido fácil. Ahora tampoco (ríe). No es fácil. Mira, no lo sé. Me imagino que es porque no puedo hacer otra cosa, aunque quisiera.

No podrías haber sido un ingeniero...
No podría. Ahora pienso que no podría, pese a que estuve hartos años en eso, estudiando y todo. Fue por las circunstancias también, no fue ni siquiera una elección. Estuve preso después del golpe, no pude volver a terminar la memoria. Entonces no fue tampoco que yo dijera “ah, me voy a dedicar a la poesía”. Yo viví en Chile toda esa época. Fueron años bien difíciles, una experiencia que yo atravesé con estas imágenes de los poemas y cosas así. Es como la sensación de que la mano que te salva es la misma mano que te hunde. Es la misma.

En ese momento ya tenías pareja e hijos. ¿De qué te mantenías?
Era la miseria más pura. No solamente era la sensación de miedo, de terror, sino que la pobreza. La pobreza más dura, dura, dura. De no tener absolutamente un peso. Horrible. Tenía que hacer las cosas más estrambóticas de pronto para sobrevivir, hacer de vendedor de unas cosas increíbles.
¿Cómo cuales?
Vendía máquinas de contabilidad. También fui ladrón de libros y no para leerlos, sino para venderlos, para reducirlos. Todo eso lo conocí, ¿te fijas? y a tal punto que, cuando salió mi primer libro, estaba en las librerías, pero yo no podía entrar porque ya me habían pillado en todas partes. Poco a poco empezaron como a ordenarse las cosas. Pero yo no sé si es más fácil ahora que antes. No lo tengo nada de claro.

¿Cuál sería la dificultad actual comparada con la de ese período de subsistencia?
Es que estamos en un mundo y una sociedad que ya no apuesta por lo humano. Es una época tremendamente árida y probablemente estemos asistiendo al fin de cosas que son importantes. Creo que hay una idea de lo que es el arte que está muriendo. La literatura está sufriendo un cambio rotundo, radical. El chat reemplazó prácticamente a las cartas. Yo creo que pertenezco a un mundo que desaparece con grandes cosas y con grandes tragedias.

¿Crees que podría emerger poesía a partir del chat?
Ojalá que sí. Y ojalá que sea mejor que lo nuestro.

¿Qué es lo que más te duele perder del mundo que dices que se está acabando?
Un sentido del tiempo que está muriendo. Los hombres y las mujeres se seguirán enamorando, pero hay un tiempo, una especie de espera, que genera la posibilidad del sueño. Cuando todo es instantáneo, ya no hay tiempo para el sueño. Pero no soy catastrofista, porque si uno mira ese tiempo antiguo, fue bastante feroz. Fue de una violencia impresionante. Si efectivamente está emergiendo un nuevo tiempo, ojalá que sea una nuevo tiempo de paz.

Esa violencia, sobre todo la forma en que la violencia colectiva se refleja en una violencia individual, está muy presente en tu poesía.
Sí.

Y también da la impresión de que, de un tiempo a esta parte, lo que escribes es como el funeral de este tiempo que dices que se está muriendo.
Siento que estamos haciendo las exequias. Tengo la sensación de que pertenezco a un tiempo que efectivamente está muriendo, pero no lo veo necesariamente como algo malo, porque tampoco soy admirador del tiempo en que me tocó vivir. Tal vez esta especie de marea, de mar sin sentido, hace que hoy día persistir en el arte sea más difícil y tal vez más heroico que en los tiempos de la dictadura.

Hoy, el arte se asimila en términos de mercado. Se faranduliza, para ponerlo de otra forma. Esa farandulización es uno de los temas de tu último libro, “Los países muertos”. ¿Ves una salida a esa farandulización, es posible quedar fuera de ese círculo?
Yo creo que es imposible sustraerse, porque son marcas de los tiempos que vienen. Además, se está cumpliendo la vieja profecía de Andy Warhol, que todos los hombres serán famosos por 15 minutos. Algo está pasando, pero yo no lo miro tan, tan críticamente. Pienso que, tal vez, son los signos tambaleantes, precarios, tontos, muchas veces, de algo que ojalá sea mejor.

Tu primer libro, Purgatorio, con la foto de tu propia mejilla quemada en la portada, comenzó a alimentar una leyenda en torno tuyo. Viendo el libro, se puede pensar que esa imagen no es sólo la ilustración de una portada, sino que es el primer verso de la obra. ¿Lo concebiste así?
Sí. Exactamente.
¿Qué vino primero, esa mejilla quemada o la escritura del resto del libro?
Vino ese gesto primero. Y cuando vino ese gesto, no tenía la menor idea que eso iba a significar el comienzo de esto. No lo veía venir. Fue un momento muy desesperado. El gesto de quemarme la cara era la desesperación misma, no era una performance. Fue un acto solitario, no estaba hecho para un espectador. Ahora, después dije “aquí hay algo”, pero eso fue después.

Llama la atención que alguien como tú, que pasó por la experiencia de la tortura, repita la experiencia del dolor.
Yo también me lo pregunto, sin encontrar respuesta. Pero también me pregunto por qué tanta gente que sobrevivió a Auschwitz se suicidaba 15, 20 años después. Gente que pasa por la experiencia del horror y que supuestamente había salido de eso. Yo creo que cuando se ha sufrido una gran violencia, esa violencia queda.

En entrevistas anteriores, has dicho tanto creer como no ceer en Dios. ¿Has cambiado de opinión o siempre has tenido una concepción ambivalente en este tema?
Mira, lo único que podría decir es que cuando todo, absolutamente todo se derrumba, todo sale mal, nada fue como tú habías pensado, el amor, todo se derrumba, ese hilo infinitamente tenue que te hace pasar al instante siguiente, a lo mejor eso es Dios.

Aunque no tiene que ver con creer o no creer, sí hay una fuerte influencia de la religión en tu obra, desde Purgatorio hasta escenas de mares abriéndose como en la Biblia en “Los países muertos”.
Claro, yo creo que la poesía tiene poco que ver con las creencias personales. Mira, probablemente en los poemas más famosos de la historia de la literatura, que son los “Sonetos” de Shakespeare, importaban un bledo las ideas, las creencias, las ambiciones, los tormentos, las pesadillas o los deseos de ese tal Shakespeare. Los “Sonetos” de Shakespeare sólo deberían ser los “Sonetos” de Shakespeare (risas) y lo que creyera o no creyera el fulano importaba realmente muy poco. Escribiendo, muchas veces he tenido la sensación de que uno es solamente el saxo de un soplo.

La naturaleza y su fuerza también son relevantes en tu poesía.
(Asiente). Las cosas que están afuera. Decir “esto estuvo antes y estará después, por lo tanto no le des tanta importancia ni a tu dolor ni a tu alegría. Sobre todo, no le des tanta importancia a tu dolor”. Eres un soplo, nada más. Somos un soplo.

¿Y no ha existido en ti una búsqueda del dolor? Quemaste tu mejilla, trataste de cegarte.
No, incluso a mí me asusta a veces. Si tú buscas el dolor, no tengas la menor duda de que lo vas a encontrar. El dolor es algo que sucede y desgraciadamente le sucede a mucha gente. Buscarlo es tonto, porque igual va a suceder. Ahora, yo creo que sin dolor no hay arte, pero puede haber dolor sin arte. Lo único que nos dicen todas las obras de arte es “estamos aquí porque ustedes no han sido felices”.

Trataste de quemarte los ojos para no ver los poemas que tú concebiste para ser escritos en el cielo. ¿Realmente tenías la intención de quedar completamente ciego?
Sí. No sabía que no iba a resultar, pero cuando no resultó fue un alivio tremendo.
¿Y cómo funcionaba tu vida cotidiana en medio de esas cosas? ¿Cómo se conciliaban con la familia?
Curiosamente los hijos crecieron bien. No sé si he pensado mucho en eso (risas).
Por suerte todo salió bien.
Sí, por suerte.
Ahora, ¿crees que esos gestos tan extremos siguen siendo necesarios?
Yo creo que sí, pero no sé si habrá alguien que tenga la valentía, porque hoy día un arte extremo sería muy distinto. Hoy día, arte extremo sería atentar contra la propiedad. Eso es lo absolutamente tabú. Puedes poner a diez tipos fornicando con lo que sea en el Paseo Ahumada, pero cualquier cosa que atente contra la propiedad, eso sí sería realmente subversivo.

A propósito de la farandulización del arte que comentábamos antes, desde fuera del mundo literario llama la atención la cantidad de polémicas qué se producen ahí. ¿Por qué pasa eso?
Es que somos un mundo muy chico. Entonces la gente hace apuestas muy radicales por la poesía, por lo literario, y la sociedad les devuelve tan poco. Y cuando veo estas tremendas peleas por el Premio Nacional de Literatura, creo que se producen porque hay poco amor. Si esos tipos fueran un poco más acariciados no pasaría esto. En general, son seres muy, muy maltratados. En las peleas literarias hay algo un poco patético. Hay dos posibilidades: marginarte absolutamente o transformar eso en odio, que es lo que hizo Bolaño.

La cercanía o la lejanía con el poder tienen mucho que ver también. Los que están más lejos critican a los que están más cerca y los que están más cerca legitiman su posición.
Yo creo que están todos lejos. Yo no veo a ningún escritor que pueda tener cercanía con el poder. No veo a ninguno en las esferas de gobierno.
Tú lo estuviste, participando en las campañas de la Concertación y como agregado cultural. ¿Te arrepientes de esa experiencia o lo volverías a hacer?
No me arrepiento. Es tonto arrepentirse de algo que ya está hecho. Mira, conocí cosas, conocí un poco más, pero no lo repetiría. La verdad es que no volvería a hacerlo. Yo vengo de un mundo que era bien de la izquierda, el Partido Comunista. Cuando vino el plebiscito (de 1988), muchos optamos por participar y nos salimos automáticamente (del PC). Me sentí partícipe de un proceso que evitó una masacre. Eso fue la Concertación. Pero hoy día ya no es eso. No tiene nada que ver con lo que yo creía, con lo que me gustaba. No volvería a estar ahí.

Tu libro del año 2000 “Los poemas militantes” tiene que ver con ese entusiasmo que ya no sientes.
Fue el último entusiasmo.

El Canto XIV de ese libro está dedicado a Ricardo Lagos y ha sido visto como un poema chupamedias. Pero también se puede leer como un desafío al presidente, ahí le dices, por ejemplo, que se abra a la poesía. ¿Qué significaba eso? ¿Crees que estuvo a la altura de ese desafío?
El desafío para él era intentar recoger un sueño, un sueño de país integrado a Latinoamérica. Nadie le pedía que hiciera de nuevo la revolución socialista a fondo. Hay una frase de Ernesto Cardenal que dice “somos los soldados eternamente derrotados de una causa invencible”. Yo le pedía que fuera un poco soldado de esa causa invencible. Y fue algo distinto. Ahora, su talla como hombre de estado es impresionante y es tonto discutirlo. Por eso mismo es más reprochable todavía que no haya recogido los sueños más de fondo, los sueños de igualdad, de paz, de solidaridad.

¿Ese sueño no puede ser más realizable por la vía práctica del crecimiento económico antes que por una gesta social tan ambiciosa?
Esa es la gran discusión. Pero si no hay sueños, si no hay una épica, incluso la mediana pobreza y las pequeñas dificultades son peores. El sueño implica la palabra “pueblo”, no la palabra “ciudadano”.

Ya que el cuerpo ha sido importante en tu trabajo literario, ¿cómo se vive la enfermedad del Parkinson? ¿Influye en tu obra?
Tiene que influir porque yo quiero que influya. Tengo un Parkinson, me doy cuenta y está presente. Tengo que ser capaz de que eso se vea reflejado. Si no, sería un fracaso. Yo viví en el desprecio más olímpico por el cuerpo. Además que era un desastre. Me dediqué a no darle bola. Y ahora le doy bola porque él quiere que yo le dé bola. No es invalidante para nada todavía y espero que no lo sea, pero ahí está.

Otra leyenda en torno tuyo es tu masturbación en público. Según algunas versiones, fue durante el lanzamiento de un libro, según otras fue en una exposición del pintor Juan Dávila.
Fue en algo de Dávila, pero antes de que inaugurara una exposición. La verdad, fue en un foro, para el que efectivamente hicimos un video en que yo me estaba masturbando. Eso fue, se mostró un video, no lo hice en público. No sé si yo sea famoso para la posteridad, pero eso (se interrumpe riendo)... eso sí que fue famoso.

5.22.2007

El peligroso encanto de la comunidades

No tiene que ver con Pirque. Se trata de una columna en plagio.cl donde planteo que el entusiasmo con el ideal comunitario en política y tecnología puede resultar inconducente.

"Ideas como el gobierno ciudadano y los contenidos de Internet generados por los usuarios han revivido la efervescencia en torno a la noción de comunidad. El peligro está en olvidar a los individuos..."

Aquí está el resto.

5.18.2007

Gente que he entrevistado ultimamente

Algunos audios de radio Concierto, para quienes, por ventura, tengan tiempo y quieran escuchar:





Alejandro Zambra, escritor, autor de las novelas "Bonsái" y la recién aparecida "La vida privada de los árboles".





Jorge Schaulsohn, disidente PPD y cofundador del movimiento Chile Primero.






Marcel Claude, economista ambientalista.




Hermógenes Pérez de Arce, ultra facho, pero sorprendentemente cordial.





Maitén Montenegro, recuerdos de una mansa woman.

3.12.2007

Las desgracias de la meritocracia

Lo que empezó como un sano cuestionamiento social en torno a los criterios con que recursos del estado se entregaban a los ganadores de la beca Presidente de la República, se ha transformado en una caza de brujas con aires de sainete.

Los diarios de ayer domingo traían una carta de Ricardo Lagos Weber en que defendía su derecho a haber sido becado, una respuesta de Carlos Peña a esa carta en su columna de El Mercurio y una columna de el historiador Alfredo Jocelyn - Holt donde delataba que el mismo Peña tenía titulaciones pendientes en carreras de pre y post grado.

Es cierto que vivimos en un mundo competitivo, donde sirven la especialización y el perfeccionamiento, para lo cual la instrucción académica tradicional es una vía. También es verdad que el acceso a esa educación debería eliminar o reducir al mínimo posible cualquier tipo de discriminación o nepotismo. Pero también creo que se le está dando demasiada importancia a los títulos y los estudios en el extranjero.

Para ser transparente, aclaro que en algún momento me interesó estudiar fuera del país o continuar acá mismo con estudios de post grado, pero luego lo deseché. No me da el mate, no tengo plata y no tengo tiempo. Así que puede que mi reacción esté teñida con matices de pica y envidia. Asumiendo que así es, me sigue pareciendo pertinente preguntarse si es productiva esta obsesión por los masters, los MBA y los doctorados que consume hoy por hoy a sectores de nuestra sociedad.

No estoy seguro de que cada persona que vuelva con su Ph.D. desde la costa este de Estados Unidos va a ser necesariamente un aporte para el país. Puede que, en vez, haga un gran aporte a sus arcas privadas. O puede que sea alguien cuya eficiencia se limita sólo al ámbito académico, por lo que estará siempre estudiando, pero difícilmente volcando esos conocimientos al mundo práctico, donde realmente sirven. Conozco casos de ambas situaciones.

Si para progresar como país necesitamos tanta gente dedicada unos 12 años a sacar adelante estudios superiores formales, algo no cuadra. En un Chile cada vez demográficamente más viejo, requerimos parte de esa fuerza laboral acá, no en los prados y las bibliotecas neoclásicas de Boston.

La discusión sobre becas y títulos tampoco asume nuestro nuevo paisaje tecnológico, donde el flujo de información hace prescindibles ciertas funciones de la antigua institución universitaria. El acopio de información en un espacio físico delimitado y las clases presenciales se vuelven cada vez más anacrónicas. Cada vez más gente puede diseñar opciones propias de educación y perfeccionamiento. Si sólo pensamos en los títulos convencionales como garantía de idoneidad y eficiencia, creo que se perdería un capital humano valioso.

Entonces, en vez de discutir quién tiene o no tiene más doctorados, deberíamos ponernos a pensar como flexibilizamos los mecanismos de certificación académica y laboral. ¿Realmente está incapacitado alguien sin título universitario para trabajar en el sistema público? Que yo sepa, Gabriela Mistral no tuvo tal documento durante un tiempo, lo que no creo que la haya convertido en una mala profesora de liceo. ¿Acelera el desarrollo o lo entorpece una concepción de la educación superior que pone trabas y requisitos rígidos y de corte elitista?

Es algo que, de verdad, deberíamos estudiar.

1.10.2007

Get a (social) life

Siento una extraña fascinación por la vida social de los diarios y los medios impresos en general. Hasta donde entiendo, porque esto del periodismo comparado no se me da, es una práctica bien chilena. O al menos en Chile se le dedica más tinta, flashes y tarjetas de memoria que en otros países.

A veces escucho la queja de que la sección internacional de El Mercurio tiene tres o cuatro páginas y la vida social, seis. Yo no digo nada y me siento avergonzado y culpable por no encontrarlo tan terrible. Me dan ganas, eso sí, de preguntarles a los que formulan la crítica qué sección los entretiene más.

La verdad es que leo la sección internacional, pero obligado. Aparte de ser fome, es poco ilustrativa en la mayoría de los casos. La vida social es todo lo contrario. Como hay poco que leer, no hay que dedicarle voluntad a ese estilo tan fome y tedioso de escritura y, si bien nada tan trascendente se publica ahí, por lo menos se entiende lo que hay que entender, cosa que rara vez se logra en las secciones de noticias serias: tal gente fue a una exposición, entregaron un premio en tal empresa, unas señoras jugaron bridge, gente bien alimentada y de pelo liso veranea en tal balneario. No hay manipulación, descontextualización ni equívocos.

Claro que mi fascinación no se debe a esa transparencia de la vida social. Es sencillamente que me gusta ver a las personas y los gestos que adoptan ante la cámara en el momento en que su estampa está siendo captada para, con suerte, quedar impresa en un medio de circulación nacional. ¿Estarán pensando en hundir la guata, en sus peinados, en que esta puede ser una pequeña consagración, un reconocimiento, mínimo y cotidiano, quizás nimio, pero valioso igual, de ser considerado "alguien"?

Me entretienen las manos que se toman por delante los ejecutivos, su formalidad y sus risas sosas, inocuas, como para no contaminar la identidad corporativa de sus empresas con un toque de estilo personal. Me entretiene también la uniformidad bohemia de lo que aparecen retratados en exposiciones, desfiles y otros eventos mediáticos, con las copas en alto, cara de estar pasándolo bien y de que en realidad no les importa aparecer en la vida social, aunque algo indefinible que los rodea parece apuntar que sí.

Nadies es tan bonito ni tan feo en la vida social. Las fotos son parejas en su mala calidad, así que los rasgos más pronuciados de la fisonomía de los retratados se pierden. Las modelos no se ven tan ricas, se humanizan. Los pelados, los gordos, los narigones, no llaman tanto la atención. Por cierto que la gente de la vida social suele aparecer ataviada para la ocasión (lo que no es lo mismo que andar elegante, pero a veces sí), pero eso se vuelve secundario una vez que las fotos llegan al papel, perdiendo en el trayecto las texturas y las luces del evento real.

La vida social es pura escenografía, un registro de eventos creados en parte para que, precisamente, lleguen las cámaras de la vida social, con gente que adopta, o intenta adoptar en la fracción de segundo que dura el disparo de un flash, la postura que mejor la proyecte ante los lectores que se toparán con sus fotos. Todo eso es falso. Pero el producto, los deseos, aspiraciones, derrotas y triunfos que revelan los mecanismos de la vida social, todo eso es real. Alguien decía que la literatura hace lo mismo, contar mentiras para decir la verdad.