10.04.2007

En este instante fecundo...

Siempre me ha molestado la costumbre nacional de desbordarse en homenajes y conmemoraciones en torno a una figura cuando se trata de una fecha como su natalicio o el aniversario de su muerte.

O sea, no pretendo que no se hagan, pero me irrita esa catarsis en que entra todo el mundo a raíz de la efeméride específica, para luego olvidarse del personaje el resto del año. Tal vez por ese olvido, las celebraciones y actos respectivos son siempre llevados a cabo con una alharaca sólo atribuible a la culpa, como los parientes que se ponen sentimentales en las reuniones que realizan muy de vez en cuando.

Hoy, Violeta Parra habría cumplido 90 años y, como era de esperar, está en todos lados. Lo más probable, como suele ocurrir, es que mañana vuelva a desaparecer.

Pero en esta ocasión hay excepciones. Como una forma de honrar su nombre de modo permanente, la radio Rock & Pop lanzó una campaña para rebautizar como Violeta Parra la calle Carmen, donde la casa con la numeración 340 albergó la Peña de los Parra. También estará la exposición de sus arpilleras en el Centro Cultural del Palacio La Moneda desde el 8 de noviembre. No termino de convencerme si las arpilleras son realmente buenas o las podría haber hecho un estudiante más o menos diestro para el día de la madre, pero agradezco poder ir a verlas y decidirlo con información de primera fuente.

Sobre el nombre de las calles, creo firmemente en su poder. Es quizás la forma más efectiva de escribir nuestra historia. Si Jaime Guzmán tiene su calle, Violeta Parra la merece muchísimo más. Entre alguien que desconfió de la democracia y una mujer que llegó a la médula de la música y la poesía, no tengo dónde perderme.

Recuerdo que, cuando éramos niños, a mi hermano y a mí nos estremecía el Rhin del Angelito. Violeta Parra nos había enfrentado sin más al misterio y la inevitabilidad de la muerte, en una canción que además se enseñaba en el colegio como una inocente pieza folclórica. Nada, la vieja estaba mucho más allá del folclor. Lo suyo es filosofía, poesía al hueso. Puro punk a pata pelá.

Por cierto que ella no necesita los homenajes. Son necesarios para nosotros, sobre todo para un país en gran parte culpable de no haberle prestado atención. Aunque siempre tendré la duda de si, de haberla reconocido en vida, ella se habría sentido cómoda. Algo me dice que cierta disposición trágica le impuso ese carácter huraño e indomable que describen quienes la conocieron y que, sin esos rasgos, sin vivir en una adversidad permanente, muchas de sus canciones no habrían germinado.

Ella lo pasó mal para que nosotros accediéramos a la belleza de su obra. Hay algo de sacrificio ahí, tal vez involuntario, pero acaso todo sacrficio, todo heroísmo, toda acción humana no sea si no involuntaria. Da lo mismo, debemos tener presente que estamos recordando a una mujer que no fue feliz, sin cuya desdicha no podríamos haberla admirado. Eso merece más que una calle. Merece sobre todo respeto. Y algo de silencio.

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