7.17.2007

El soplo de Zurita

(Una entrevista publicada originalmente en revista Blank. La posteo para no dejar caer este lugar. Lo que pasa es que esto me tiene ocupado. Dedico este post, con mucho cariño, a Tere Toyos, que editó esta y varias otras.)

De Raúl Zurita hay dos figuras. Una es la poética, donde él encarna un personaje enfrentado a las fuerzas extremas de la mente, el cuerpo y la naturaleza, desde el dolor más desgarrador hasta el éxtasis más pleno, desde el caos hasta la armonía. También forma parte de esta figura su propia leyenda, hecha de imágenes como la mejilla que él se quemó y apareció en la portada de su primer libro, los poemas que mandó a escribir en el cielo sobre Nueva York, su intento de quemarse los ojos para perder la vista, su supuesta masturbación en público.

La otra figura es la de un hombre frágil y amable, de físico precario y hablar suave. Su cabeza semi calva y alargada da la impresión de ir puesta por error sobre un cuerpo proporcionalmente más pequeño que parece conducirse independientemente, no sólo por los signos del Parkinson que cada tanto se apoderan de sus movimientos. Ese Zurita aparentemente desvalido y algo tímido es el que abre las puertas de su casa en Pedro de Valdivia Norte para hablar del otro Zurita, el poeta cuya obra se lanza a lidiar con lo que él mismo llama “temas grandes”.

Encarnando la trasgresión en la poesía chilena posterior al golpe militar de 1973, Zurita ha escrito libros que generan consenso en torno a su valor. “Purgatorio”, “Anteparaíso”, “La vida nueva” y “Canto a su amor desaparecido” se cuentan entre ellos. Su obra también ha sido motivo de polémica y discusiones, como sucedió a raíz de “Los poemas militantes”, libro criticado por estar dedicado en parte a la Concertación y específicamente a Ricardo Lagos en el preciso momento en que llegaba a la Presidencia. No contribuyó a aplacar las suspicacias el que Zurita, agregado cultural tras la recuperación de la democracia, ganara el Premio Nacional de Literatura ese mismo año.

Hace meses, con la aparición de “Los países muertos”, el poeta de 55 años y estudios de ingeniería fue frontalmente a la polémica con versos que se hacen cargo del establishment cultural del país, donde desfilan algunos de quienes lo han criticado. “Y como títeres culeados Marín, P. Navia y el telonero Maquieira lloraban pasando por las rajadas aguas”, es uno de sus versos más celebres.

Más allá de las citas y alusiones puntuales, Zurita considera que todos sus poemas son en realidad parte de una sola obra. “Todos vivimos una vida. Entonces me imaginé que esto fuera casi como una vida paralela”, cuenta. “Son cosas que he visto o imaginado y que quiero estampar. Y al final la vida y, entre comillas, la obra, convergen hacia un solo punto, que es la muerte”.

Como si existiera un Zurita paralelo que se va tejiendo.
La obra se llama “Zurita” y se va tejiendo. Mira, los hechos en sí mismos son datos no más. A través de la palabra, uno puede darle a los hechos la caridad, la piedad, el espesor que los hechos en sí no tienen.

En los setenta, al embarcarte en esta obra paralela a tu vida estabas jugado por la poesía, aunque habías estudiado ingeniería.
Sí.

Me imagino que en un principio no debe haber sido fácil. ¿De dónde te nutriste para mantener la vocación?
Nunca ha sido fácil. Ahora tampoco (ríe). No es fácil. Mira, no lo sé. Me imagino que es porque no puedo hacer otra cosa, aunque quisiera.

No podrías haber sido un ingeniero...
No podría. Ahora pienso que no podría, pese a que estuve hartos años en eso, estudiando y todo. Fue por las circunstancias también, no fue ni siquiera una elección. Estuve preso después del golpe, no pude volver a terminar la memoria. Entonces no fue tampoco que yo dijera “ah, me voy a dedicar a la poesía”. Yo viví en Chile toda esa época. Fueron años bien difíciles, una experiencia que yo atravesé con estas imágenes de los poemas y cosas así. Es como la sensación de que la mano que te salva es la misma mano que te hunde. Es la misma.

En ese momento ya tenías pareja e hijos. ¿De qué te mantenías?
Era la miseria más pura. No solamente era la sensación de miedo, de terror, sino que la pobreza. La pobreza más dura, dura, dura. De no tener absolutamente un peso. Horrible. Tenía que hacer las cosas más estrambóticas de pronto para sobrevivir, hacer de vendedor de unas cosas increíbles.
¿Cómo cuales?
Vendía máquinas de contabilidad. También fui ladrón de libros y no para leerlos, sino para venderlos, para reducirlos. Todo eso lo conocí, ¿te fijas? y a tal punto que, cuando salió mi primer libro, estaba en las librerías, pero yo no podía entrar porque ya me habían pillado en todas partes. Poco a poco empezaron como a ordenarse las cosas. Pero yo no sé si es más fácil ahora que antes. No lo tengo nada de claro.

¿Cuál sería la dificultad actual comparada con la de ese período de subsistencia?
Es que estamos en un mundo y una sociedad que ya no apuesta por lo humano. Es una época tremendamente árida y probablemente estemos asistiendo al fin de cosas que son importantes. Creo que hay una idea de lo que es el arte que está muriendo. La literatura está sufriendo un cambio rotundo, radical. El chat reemplazó prácticamente a las cartas. Yo creo que pertenezco a un mundo que desaparece con grandes cosas y con grandes tragedias.

¿Crees que podría emerger poesía a partir del chat?
Ojalá que sí. Y ojalá que sea mejor que lo nuestro.

¿Qué es lo que más te duele perder del mundo que dices que se está acabando?
Un sentido del tiempo que está muriendo. Los hombres y las mujeres se seguirán enamorando, pero hay un tiempo, una especie de espera, que genera la posibilidad del sueño. Cuando todo es instantáneo, ya no hay tiempo para el sueño. Pero no soy catastrofista, porque si uno mira ese tiempo antiguo, fue bastante feroz. Fue de una violencia impresionante. Si efectivamente está emergiendo un nuevo tiempo, ojalá que sea una nuevo tiempo de paz.

Esa violencia, sobre todo la forma en que la violencia colectiva se refleja en una violencia individual, está muy presente en tu poesía.
Sí.

Y también da la impresión de que, de un tiempo a esta parte, lo que escribes es como el funeral de este tiempo que dices que se está muriendo.
Siento que estamos haciendo las exequias. Tengo la sensación de que pertenezco a un tiempo que efectivamente está muriendo, pero no lo veo necesariamente como algo malo, porque tampoco soy admirador del tiempo en que me tocó vivir. Tal vez esta especie de marea, de mar sin sentido, hace que hoy día persistir en el arte sea más difícil y tal vez más heroico que en los tiempos de la dictadura.

Hoy, el arte se asimila en términos de mercado. Se faranduliza, para ponerlo de otra forma. Esa farandulización es uno de los temas de tu último libro, “Los países muertos”. ¿Ves una salida a esa farandulización, es posible quedar fuera de ese círculo?
Yo creo que es imposible sustraerse, porque son marcas de los tiempos que vienen. Además, se está cumpliendo la vieja profecía de Andy Warhol, que todos los hombres serán famosos por 15 minutos. Algo está pasando, pero yo no lo miro tan, tan críticamente. Pienso que, tal vez, son los signos tambaleantes, precarios, tontos, muchas veces, de algo que ojalá sea mejor.

Tu primer libro, Purgatorio, con la foto de tu propia mejilla quemada en la portada, comenzó a alimentar una leyenda en torno tuyo. Viendo el libro, se puede pensar que esa imagen no es sólo la ilustración de una portada, sino que es el primer verso de la obra. ¿Lo concebiste así?
Sí. Exactamente.
¿Qué vino primero, esa mejilla quemada o la escritura del resto del libro?
Vino ese gesto primero. Y cuando vino ese gesto, no tenía la menor idea que eso iba a significar el comienzo de esto. No lo veía venir. Fue un momento muy desesperado. El gesto de quemarme la cara era la desesperación misma, no era una performance. Fue un acto solitario, no estaba hecho para un espectador. Ahora, después dije “aquí hay algo”, pero eso fue después.

Llama la atención que alguien como tú, que pasó por la experiencia de la tortura, repita la experiencia del dolor.
Yo también me lo pregunto, sin encontrar respuesta. Pero también me pregunto por qué tanta gente que sobrevivió a Auschwitz se suicidaba 15, 20 años después. Gente que pasa por la experiencia del horror y que supuestamente había salido de eso. Yo creo que cuando se ha sufrido una gran violencia, esa violencia queda.

En entrevistas anteriores, has dicho tanto creer como no ceer en Dios. ¿Has cambiado de opinión o siempre has tenido una concepción ambivalente en este tema?
Mira, lo único que podría decir es que cuando todo, absolutamente todo se derrumba, todo sale mal, nada fue como tú habías pensado, el amor, todo se derrumba, ese hilo infinitamente tenue que te hace pasar al instante siguiente, a lo mejor eso es Dios.

Aunque no tiene que ver con creer o no creer, sí hay una fuerte influencia de la religión en tu obra, desde Purgatorio hasta escenas de mares abriéndose como en la Biblia en “Los países muertos”.
Claro, yo creo que la poesía tiene poco que ver con las creencias personales. Mira, probablemente en los poemas más famosos de la historia de la literatura, que son los “Sonetos” de Shakespeare, importaban un bledo las ideas, las creencias, las ambiciones, los tormentos, las pesadillas o los deseos de ese tal Shakespeare. Los “Sonetos” de Shakespeare sólo deberían ser los “Sonetos” de Shakespeare (risas) y lo que creyera o no creyera el fulano importaba realmente muy poco. Escribiendo, muchas veces he tenido la sensación de que uno es solamente el saxo de un soplo.

La naturaleza y su fuerza también son relevantes en tu poesía.
(Asiente). Las cosas que están afuera. Decir “esto estuvo antes y estará después, por lo tanto no le des tanta importancia ni a tu dolor ni a tu alegría. Sobre todo, no le des tanta importancia a tu dolor”. Eres un soplo, nada más. Somos un soplo.

¿Y no ha existido en ti una búsqueda del dolor? Quemaste tu mejilla, trataste de cegarte.
No, incluso a mí me asusta a veces. Si tú buscas el dolor, no tengas la menor duda de que lo vas a encontrar. El dolor es algo que sucede y desgraciadamente le sucede a mucha gente. Buscarlo es tonto, porque igual va a suceder. Ahora, yo creo que sin dolor no hay arte, pero puede haber dolor sin arte. Lo único que nos dicen todas las obras de arte es “estamos aquí porque ustedes no han sido felices”.

Trataste de quemarte los ojos para no ver los poemas que tú concebiste para ser escritos en el cielo. ¿Realmente tenías la intención de quedar completamente ciego?
Sí. No sabía que no iba a resultar, pero cuando no resultó fue un alivio tremendo.
¿Y cómo funcionaba tu vida cotidiana en medio de esas cosas? ¿Cómo se conciliaban con la familia?
Curiosamente los hijos crecieron bien. No sé si he pensado mucho en eso (risas).
Por suerte todo salió bien.
Sí, por suerte.
Ahora, ¿crees que esos gestos tan extremos siguen siendo necesarios?
Yo creo que sí, pero no sé si habrá alguien que tenga la valentía, porque hoy día un arte extremo sería muy distinto. Hoy día, arte extremo sería atentar contra la propiedad. Eso es lo absolutamente tabú. Puedes poner a diez tipos fornicando con lo que sea en el Paseo Ahumada, pero cualquier cosa que atente contra la propiedad, eso sí sería realmente subversivo.

A propósito de la farandulización del arte que comentábamos antes, desde fuera del mundo literario llama la atención la cantidad de polémicas qué se producen ahí. ¿Por qué pasa eso?
Es que somos un mundo muy chico. Entonces la gente hace apuestas muy radicales por la poesía, por lo literario, y la sociedad les devuelve tan poco. Y cuando veo estas tremendas peleas por el Premio Nacional de Literatura, creo que se producen porque hay poco amor. Si esos tipos fueran un poco más acariciados no pasaría esto. En general, son seres muy, muy maltratados. En las peleas literarias hay algo un poco patético. Hay dos posibilidades: marginarte absolutamente o transformar eso en odio, que es lo que hizo Bolaño.

La cercanía o la lejanía con el poder tienen mucho que ver también. Los que están más lejos critican a los que están más cerca y los que están más cerca legitiman su posición.
Yo creo que están todos lejos. Yo no veo a ningún escritor que pueda tener cercanía con el poder. No veo a ninguno en las esferas de gobierno.
Tú lo estuviste, participando en las campañas de la Concertación y como agregado cultural. ¿Te arrepientes de esa experiencia o lo volverías a hacer?
No me arrepiento. Es tonto arrepentirse de algo que ya está hecho. Mira, conocí cosas, conocí un poco más, pero no lo repetiría. La verdad es que no volvería a hacerlo. Yo vengo de un mundo que era bien de la izquierda, el Partido Comunista. Cuando vino el plebiscito (de 1988), muchos optamos por participar y nos salimos automáticamente (del PC). Me sentí partícipe de un proceso que evitó una masacre. Eso fue la Concertación. Pero hoy día ya no es eso. No tiene nada que ver con lo que yo creía, con lo que me gustaba. No volvería a estar ahí.

Tu libro del año 2000 “Los poemas militantes” tiene que ver con ese entusiasmo que ya no sientes.
Fue el último entusiasmo.

El Canto XIV de ese libro está dedicado a Ricardo Lagos y ha sido visto como un poema chupamedias. Pero también se puede leer como un desafío al presidente, ahí le dices, por ejemplo, que se abra a la poesía. ¿Qué significaba eso? ¿Crees que estuvo a la altura de ese desafío?
El desafío para él era intentar recoger un sueño, un sueño de país integrado a Latinoamérica. Nadie le pedía que hiciera de nuevo la revolución socialista a fondo. Hay una frase de Ernesto Cardenal que dice “somos los soldados eternamente derrotados de una causa invencible”. Yo le pedía que fuera un poco soldado de esa causa invencible. Y fue algo distinto. Ahora, su talla como hombre de estado es impresionante y es tonto discutirlo. Por eso mismo es más reprochable todavía que no haya recogido los sueños más de fondo, los sueños de igualdad, de paz, de solidaridad.

¿Ese sueño no puede ser más realizable por la vía práctica del crecimiento económico antes que por una gesta social tan ambiciosa?
Esa es la gran discusión. Pero si no hay sueños, si no hay una épica, incluso la mediana pobreza y las pequeñas dificultades son peores. El sueño implica la palabra “pueblo”, no la palabra “ciudadano”.

Ya que el cuerpo ha sido importante en tu trabajo literario, ¿cómo se vive la enfermedad del Parkinson? ¿Influye en tu obra?
Tiene que influir porque yo quiero que influya. Tengo un Parkinson, me doy cuenta y está presente. Tengo que ser capaz de que eso se vea reflejado. Si no, sería un fracaso. Yo viví en el desprecio más olímpico por el cuerpo. Además que era un desastre. Me dediqué a no darle bola. Y ahora le doy bola porque él quiere que yo le dé bola. No es invalidante para nada todavía y espero que no lo sea, pero ahí está.

Otra leyenda en torno tuyo es tu masturbación en público. Según algunas versiones, fue durante el lanzamiento de un libro, según otras fue en una exposición del pintor Juan Dávila.
Fue en algo de Dávila, pero antes de que inaugurara una exposición. La verdad, fue en un foro, para el que efectivamente hicimos un video en que yo me estaba masturbando. Eso fue, se mostró un video, no lo hice en público. No sé si yo sea famoso para la posteridad, pero eso (se interrumpe riendo)... eso sí que fue famoso.

1 comentario:

Paz Espera dijo...

En qué numero de la Blank se publica esa entrevista??? podrías ayudarme con el dato??