Extraño las micros multicolores. En algún sitio leí hace poco que alguien se acordaba con una imitación del lagarto Juancho que era el logo de la Pedro de Valdivia y me emocioné a niveles proustianos. De todos modos, estoy dispuesto a pagar el precio de perder ese colorido por un sistema visualmente uniforme pero eficiente.
Durante la adolescencia viajaba varios kilómetros entre la casa y el colegio. Entre los estudiantes que compartíamos el trayecto se crearon redes de amistad y se armaron unos cuantos pololeos. Como las micros no paraban siempre para llevar escolares, solíamos coincidir en la misma. Hoy, estaría dispuesto a renunciar a esa vida social a cambio de un transporte fluido y cómodo para los estudiantes.
Se supone que Transantiago corrige males del antiguo sistema de locomoción colectiva, como las carreras por los pasajeros y la contaminación acústica y atmosférica. Hasta el momento, esas serían las únicas ventajas observables. No es poco, pero siento que tenemos que renunciar a una parte de nuestra idiosincracia a cambio de nada. Entre el folcor y la eficiencia, prefiero la eficiencia. Pero entre el folcor y el desorden, prefiero el folclor.
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