10.08.2008

El transporte público

Debo ser de los pocos que le tienen algo de cariño a Transantiago. Que el troncal que me deja en la puerta de mi casa esté prestando un servicio adecuado, no como otros, debe tener que ver. Pero siempre he sido un entusiasta de las micros y quisiera que todo el mundo en Santiago y en las demás ciudades chilenas tuviera acceso a un transporte público cómodo, rápido y económicamente accesible.

Extraño las micros multicolores. En algún sitio leí hace poco que alguien se acordaba con una imitación del lagarto Juancho que era el logo de la Pedro de Valdivia y me emocioné a niveles proustianos. De todos modos, estoy dispuesto a pagar el precio de perder ese colorido por un sistema visualmente uniforme pero eficiente.

Durante la adolescencia viajaba varios kilómetros entre la casa y el colegio. Entre los estudiantes que compartíamos el trayecto se crearon redes de amistad y se armaron unos cuantos pololeos. Como las micros no paraban siempre para llevar escolares, solíamos coincidir en la misma. Hoy, estaría dispuesto a renunciar a esa vida social a cambio de un transporte fluido y cómodo para los estudiantes.

Se supone que Transantiago corrige males del antiguo sistema de locomoción colectiva, como las carreras por los pasajeros y la contaminación acústica y atmosférica. Hasta el momento, esas serían las únicas ventajas observables. No es poco, pero siento que tenemos que renunciar a una parte de nuestra idiosincracia a cambio de nada. Entre el folcor y la eficiencia, prefiero la eficiencia. Pero entre el folcor y el desorden, prefiero el folclor.

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