3.07.2005

Gladys

Sé que en estos momentos mucha gente está triste. Miles van a presentar sus respetos al ex Congreso Nacional, donde ella ocupó una diputación por tres períodos consecutivos y hoy se velan sus restos. Gente de la UDI, de RN, de la Concertación. Su gente, la vieja izquierda, por supuesto. Gente que no pesca, gente que nada más le tomó cariño. Como un vendedor de ostras que hace unas semanas, a propósito de nada, nos preguntó a mi mujer, la Valeria, y a mí: ¿Cómo estará la Gladys Marín?
Ese caballero, la gente de derecha, la gente de izquierda y la gente apática, la quisieron por una cosa. Por consecuente. Por honesta consigo misma. Por aperrada.
Yo no sé. Si la consecuencia fuese un valor en sí mismo, las ideas darían lo mismo. No importaría lo que alguien pensara, sino qué tan leal fuese a su modo de pensar.
Yo creo que las ideas de Gladys Marín estaban equivocadas. Se equivocó con aceptar la vía armada como forma de lucha contra la dictadura. Y no digo que se equivocó sólo porque yo rechazo la violencia por principio. Se equivocó también porque no resultó. Se equivocó al no darse cuenta de que los partidos comunistas del mundo no pudieron cumplir con aquello que los inspiró: el fin de la miseria.
Esa consecuencia que hoy se le alaba a un grado de consenso que se confunde con el lugar común me resulta más parecida a la tozudez. Admiro más a gente que pasó por el duro trance de asumir que habían cometido errores. En este aspecto, me conmueven más tipos como Carlos Altamirano o Luis Guastavino. Hay casos en que la consecuencia es más fácil y llevadera que los cambios de opinión. El caso de Gladys Marín me parece uno de esos.
Pero hay una esfera en la que ella no fue para nada cómoda ni contumaz (contumaz es el que persiste en el error). Fue en su compromiso con la exigencia de justicia. Gladys Marín no cejó ni se conformó con los costos de una transición a la democracia negociada. Los pacos y los guanacos podían hacer lo que quisieran, pero ella seguiría protestando en los tribunales o en el sitio de algún acto oficial.
Pinochet se querelló contra ella por injurias. Ella se querelló contra Pinochet por violaciones a los derechos humanos. No es necesario detenerse a pensar quién terminó peor. Dudo que la muerte de Pinochet suscite gestos de respeto y condolencia como los que han suscitado la muerte de la mujer que públicamente le enrostró sus crímenes.
Y creo que la personalidad luchadora de Gladys Marín tuvo en el amor uno de sus combustibles principales. Intuyo que fue el amor por el esposo que la dictadura hizo desaparecer el que la mantuvo peleando. Tal vez fue ese mismo amor hacia el hombre con que en algún momento pensó cambiar el mundo por uno más justo el que la mantuvo aferrada a las mismas ideas. Cualquier otra cosa habría sido una traición y la pérdida de su esposo habría sido en vano. Quizás fue por amor que estuvo dispuesta a enfrentar los peligros de la clandestinidad y la distancia con sus hijos.
Contreras está preso. Pinochet, investigado en varios frentes y desprestigiado hasta con los suyos. Sin Gladys Marín, las cosas podrían haber tomado otro rumbo. A lo mejor, ella ayudó a conseguir justicia no gracias a sus ideas, sino como producto de un amor al que honró hasta el fin.
Por eso la admiro.

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