5.29.2006

La ignorancia

Me llama la atención todo lo que ha durado en los medios el tema del desconocimiento exhibido por Carla Ochoa en torno a asuntos de contingencia.

Lo digo de inmediato: Esta vez, yo estoy con Carla.

Esta pobre niña de silicona ha sido objeto de las mofas de esa amorfa y cruel entelequia bautizada como opinión pública porque no sabía de las propuestas de paridad de género en el sistema político chileno y otros tópicos que ya no recuerdo y sobre los cuales probablemente yo tampoco tenga idea.

No puedo imaginarme quién en su sano juicio espera que una persona como ella esté al tanto de discusiones como aquella de la paridad. De partida, porque supongo que ella, como mujer - objeto, vive más que nada de la disparidad de géneros. En el fondo, hay muchas cosas que ella no necesita saber para vivir, que no tienen que ver con su sustento ni su sobrevivencia. Celebro el altruismo de quienes se interesan por el mundo más allá de sus narices y por la gente más allá de sus consanguíneos, pero no creo que se pueda condenar a quienes se salvan sólo a sí mismos con ciertos niveles de decoro, honestidad y respeto por los derechos de los demás.

Así que no me parece condenable el desdén o por la actualidad de gente como esta joven Ochoa. Hasta donde entiendo, la chica no es más que una modelo que ha protagonizado uno que otro escándalo de los cuales también parece haber profitado económicamente gracias al interés de los medios en algunos episodios tumultuosos de su vida. Por lo tanto, sus habilidades deberían ir por el lado de mantener un cuerpo que le permita ser atractiva en cierto ámbito, que en su caso no debe ser tan fino, pero en torno al cual sí se mueva harta plata. También sería esperable que cuente con habilidades para negociar y rentabilizar al máximo las demandas mediáticas de que sea objeto. O al menos que sepa escoger a alguien que lo haga bien por ella.

Y con eso quedaría lista. No veo por qué alguien así deba siquiera ver el noticiario. Olvídense de leer el diario. Supongo que nadie espera que Cristián Warnken esté al tanto de la suerte del late show de Felipe Avello o de la fecha de bautizo de la guagua de Pampita y Benjamín Vicuña. Pero sí parece natural exigirle a Ochoa y otras (siempre son las mujeres las protagonistas de estos bochornos) que manejen datos que yo apostaría que tampoco maneja el ochenta por ciento del público que se ríe de ella.

Me recuerda a Carola Zúñiga y el día que, en un programa de televisión por cable, anunció la muerte de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, cuando el que se había muerto era el escritor chileno Roberto Bolaño. Yo no me reí entonces. Más bien me detuve a pensar cuánta gente que se mofaba de ella había leído alguna página de Bolaño en su vida. No pude indagarlo muy bien, pero pude estar seguro de que Chespirito era una referencia mucho más cercana para todos. (No puedo defender a Zúñiga en aquello de dejar al Papa para perpetuar nuestra especie en caso de que todos los otros hombres se extingan, porque demuestra desconocimiento de las capacidades reproductivas masculinas y eso es algo que todos tenemos que conocer; básicamente, su error fue ignorar que un hombre anciano no es lo más apto para la reproducción).

Creo que el manejo de la información se ha sobrevalorado socialmente. La información no es más que un registro de hechos que son relevantes para nuestro desenvolvimiento en el mundo. Yo no leo el diario porque me guste. En realidad, me gusta bien poco. Lo hago porque lo necesito para poder llevar a cabo tareas que sí me interesan. No puedo entonces decir que sea bueno o malo que yo lea el diario. Es sólo que me resulta necesario.

Se asocia también el manejo de la información a la inteligencia. No sé casi nada de esto, pero intuyo que la inteligencia no tiene qué ver con cuán informado estás, sino cómo configuras la información que posees y si eres capaz de crear o ver nformación nueva a partir de datos antiguos.

Y en cuanto a la inteligencia, debo decir que debería considerarse irrelevante al momento de sopesar los méritos de alguien. Ser inteligente es como tener plata o ser zurdo. Prácticamente te tocó. Por genética, por los estímulos presentes o ausentes en el medio en que te tocó vivir. Y ciertamente por el azar que a veces cambia la influencia de la genética y el entorno.

Entre la información y la inteligencia, yo elijo una tercera opción: la bondad. La bondad es misteriosa y no tiene explicación. Hay gente buena en todas partes, en todas las razas, en todos los continentes, en todos los segmentos socioeconómicos. ¿Por qué será así? Tal vez la maldad comparta estas características, pero tampoco olvidemos que la maldad hace mal y la bondad hace bien.

Los informados no despiertan mi admiración. Los inteligentes tampoco. Mi admiración la despiertan los buenos.

5.18.2006

¿Cómo es el futuro?

Hace 13 años y unos meses que trabajo en medios de comunicación. A eso le sumaría un par de años en mi adolescencia, durante los cuales repartí correspondencia a medios para el trabajo de mi mamá. No había correo electrónico y, como siempre, nadie confiaba mucho en el fax, esa triste tecnología transicional caída en desuso.

En todo este tiempo, es lógico e inevitable, muchas cosas han cambiado. Una de ellas, y la que más me impresiona, es que quienes ocupan posiciones en medios tradicionales viven de un tiempo a esta parte con la paranoia de la extinción, con el miedo feroz a pasar a la lista de obsolescencia junto al fax y los equipos Betamax.

Que la tele y la radio digitales, que internet, que los blogs. El otro día, unos colegas hablaban de académicos de Harvard o algo así que dictaminaban a corto plazo la muerte de los medios como los conocemos.

Esto se va a acabar, dicen. La gente de las radios, de los diarios, de las revistas, de la tele, pasaremos a ser con suerte una pieza de museo, tal vez objeto de la trivia pop de las décadas que vienen.

Todos tienen esos diagnósticos. Dicen que el futuro está aquí y que el que no se adapta o cambia, perecerá. Lo que no dicen los académicos, los expertos comunicacionales ni mis colegas es por qué y cómo se producirá ese cambio. Yo no digo que no se vaya a producir, pero no lo veo tan claro. Si digo que viene un cambio, tengo que tener al menos la noción de que viene algo distinto a lo que hay. Por lo tanto, debo albergar ciertas percepciones sobre aquello que ese cambio representa.

Bueno, se sabe de aquellos griegos que deploraban la escritura porque denigraba a la palabra hablada. Se puede interpertar ahí que la escritura era una amenaza para la palabra hablada. Pero la escritura se asentó como forma de reproducción y transmisión del conocimiento y la palabra hablada siguió siendo una forma de comunicación esencial. En nuestra era, ¿qué es el hip hop sino uno de los grandes triunfos artísticos de la palabra hablada?

La tecnología supuestamente más avanzada y participativa, la escritura, no desplazó a su antecesora supuestamente más rústica, la palabra hablada. Como tampoco la imprenta desplazó a la escritura, ni la fotografía a la pintura, ni el cine a la fotografía, ni la televisión al cine ni a la radio, ni la TV por cable a la TV abierta. Recuerdo incluso haber leído que ni siquiera el correo postal ha sido desplazado por los correos electrónicos.

No estoy en condiciones de llegar a algún tipo de conclusión ahora. Sólo me interesa constatar que todo este alboroto con el supuestamente incierto futuro de los medios actuales tiene mucho de ansiedad y cierta predilección por los escenarios catastrofistas. Intuyo que el paisaje tecnológico de nuestros tiempos no es una jungla de especies que se amenazan entre sí. Más bien lo concibo como un ámbito de relaciones complementarias, donde diversos medios se integran gracias a la digitalización. Para entender esa forma de convivencia entre tecnologías, lo que se necesita es calma y serenidad.

No vale la pena preguntar cómo es el futuro, porque está inoculado en el presente.