5.31.2005

Yo Mato la Música

Un outtake. Escribí el siguiente texto el año pasado como prueba de columna para una revista que se acabó al poco tiempo (por eso las referencias a algunos discos son "tan 2004"):

Mi historia personal con la música es como esas historias de amor imposible que terminan haciéndose reales sólo gracias a la pertinacia de una de las partes. La principal diferencia es que, al contrario de lo que puede pasar con una persona que te desvela, la música no te rechaza. Al final, y no como en las mayorías de las historias de amor, todo depende de uno.

La cosa es que ya de niño estaba muy enganchado con cosas como las canciones de Grease, Fiebre de Sábado por la Noche y su secuela, Stayin’ Alive. El problema era que no tenía dónde escucharlas. En mi casa no había más que una radio y sólo tenía banda AM. No estaba mal. Después de todo, mi generación escogió como rito iniciático de su adultez la devoción nostálgica por el repertorio romántico latino de los setenta y principios de los ochenta. Pero algo me faltaba. No tenía FM, tornamesa ni tocacintas. En mi vida no había rock and roll.

La televisión abierta de ese entonces era mi último refugio. La aparición al aire de un capítulo de Solid Gold (creo que a veces lo ponían cuando los canales tenían problemas con su señal en directo) era un regalo del azar que me regocijaba tanto como recibir un juguete inesperado. Me hice adicto a los programas de video clips y memorizaba todo lo que podía, los nombres de los artistas, de las canciones, el disco en que venían. Todos los que conversaban de música en mi mundo infanto-juvenil tenían la tecnología. Yo no, pero tenía la información.

La adquisición del primer equipo con reproductor y grabador de cassettes pasó casi inadvertida en mi hogar. Era sólo otra cosa que tocaba música. Para mí fue como ser dueño de un aeropuerto. Desde ahí podía llegar a cualquier parte. Me conseguía discos de vinilo y los copiaba. En cassettes de cromo, para que sonara mejor. Siempre llevaba conmigo cintas vírgenes para copiar los discos de otros en su casa. Si tenían discos compactos, mejor.

Sí. Yo maté la música. No tenía otra opción. Copié y copié discos. Transcribía minuciosamente desde el título hasta los créditos. Muchas veces me di el trabajo de incluso duplicar las letras de las canciones con trazo milimétrico en hojas que dimensionaba para que cupieran en la caja de un cassette. Tal obsesión no sólo me permitió acceder a la música que quería. También tuvo efectos secundarios. El menos importante fue que, de tanto copiar letras de canciones, aprendí bastante inglés. El más relevante y paradójico fue que, a la larga, me convertí en un gran comprador de discos.

Creo que al acceder a la música por la vía del bajo presupuesto aprendí a quererla más, a incluso apreciar el trabajo de la industria discográfica en su globalidad. Recuerden que mis cassettes piratas iban hasta con créditos. Así llegué a valorar el original. Cuando pude sortear los escollos económicos de la vida estudiantil, me convertí en asiduo de las disquerías. Hoy, tengo una colección de discos originales relativamente contundente, nada muy impresionante tampoco, pero satisfactoria. Algo que nunca pensé llegar a poseer en esos años de piratería apasionada.

Esa pasión es lo que la industria discográfica no comprende cuando pide que no maten la música. Es cierto que el mercado pirata callejero es un delito tributario y contra las leyes de propiedad intelectual. Pero no puede ser un delito el pirateo solitario emprendido por alguien que no tiene otra salida para tener en casa ese disco que le voló la cabeza en la casa de un amigo, que no se encuentra en las tiendas o cuyo precio resulta prohibitivo. Apuesto lo que sea a que esos piratas se convertirán en compradores apenas puedan.

Yo sigo copiando música. Quemo Cd’s o bajo mp3’s. Lo hago cuando son discos que los sellos no editan en Chile o cuyo precio en el comercio electrónico se encarece demasiado por recargos de correo que no logro entender en el país de los acuerdos de libre comercio. Al mismo tiempo, he redescubierto los discos como objeto, no como pura información, y estoy empezando a comprar vinilos. Nada me haría tan feliz como comprar vinilos de cosas que he bajado recientemente, Summer Make Good, de los islandeses mum, I, el disco de The Magnetic Fields en que el título de todas las canciones comienza con la vocal “i”, Aw, C’Mon y No, You C’Mon, los álbumes mellizos del grupo de pop de cámara Lambchop, por nombrar algunos.

Una vez, el dueño de una disquería, negocio que también debería ser sensible al pirateo informático, me dijo que para él no había amenaza en el intercambio gratuito de archivos musicales. “Si antes había 50 personas que conocían música soul, ahora hay 500. Y de ellos, muchos ya están comprando discos”.

Esos asesinos de la música son, curiosamente, los que están ayudando a mantenerla viva.

5.26.2005

Fortuño's Review: Con las Riendas del Poder: La Derecha Chilena en el Siglo 20, de Sofía Correa / El Desierto, de Carlos Franz

La derecha chilena impulsó la reforma agraria. La derecha chilena apoyó y se benefició del fomento estatal a las industrias a través de Corfo. La derecha chilena ha gobernado junto a partidos de izquierda y ha apoyado, en distintas ocasiones, medidas populistas como la fijación estatal de precios y reajustes de salarios por sobre la capacidad económica del país. Cosas como esas se leen en el libro Con las Riendas del Poder: La Derecha Chilena en el Siglo 20, de la historiadora Sofía Correa.

Por supuesto que esas cosas se sabían de antes. El mérito de Sofía Correa es que no sólo las detalla exhaustivamente y de una manera fluida y dinámica, sino que también las sitúa dentro de una trama muy interesante, la trama de la sucesión de metamorfosis con que la derecha ha intentado, y conseguido, mantener su poder e influencia en Chile a lo largo del siglo pasado.

Esas metamorfosis no sólo incluyeron giros a la izquierda y el populismo. La derecha tuvo que destruir la democracia una vez que le resultó insuficiente como fuente de representatividad (después del fracaso del gobierno de Jorge Alessandri, la representación parlamentaria de la derecha no pudo contener el empuje social de los gobiernos de Frei Montalva y de Allende).

Una de las impresiones más fuertes que me quedaron tras la lectura del libro fue que la democracia nunca fue muy valorada por los actores políticos del siglo pasado. Sólo contaba como una forma de obtener representación política y no como un valor en sí mismo. Y esto no es válido sólo para la derecha. Un sector amplio de la Democracia Cristiana apoyó el golpe de estado. Un presidente radical fue el que promulgó una ley que proscribió al Partido Comunista en la década de los cuarenta. Los partidos de izquierda fantaseaban con la dictadura del proletariado.

Tal vez nuestro ejemplar pasado republicano y democrático no sea más que un mito. Y quizás los tiempos actuales nos brindan la oportunidad de valorar la democracia como el único mecanismo posible para dotarnos de autoridades y administrar los consensos y diferencias de nuestra sociedad.

La encarnación del trágico colapso de ese mecanismo, del fin del espejismo democrático, es uno de los temas centrales de El Desierto, la nueva novela de Carlos Franz. Su protagonista es Laura, una profesora de filosofía en Alemania que durante laUnidad Popular fue la jueza más joven del poder judicial, con magistratura en el pueblo ficticio de Pampa Hundida, en el Norte chileno. Diecinueve años después del golpe, Laura vuelve a ese pueblo, donde se cometieron violaciones a los derechos humanos (la novela alude al paso de la "caravana de la muerte"). Su regreso se debe a una pregunta que su hija le formula en una carta :¿dónde estabas tú, mamá, cuando todas esas cosas horribles ocurrieron en tu ciudad?)

Parte la novela es la carta donde Laura responde a su hija, reviviendo los días de la llegada y el asentamiento del mayor Mariano Cáceres, a cargo de la construcción y regencia de un campo de concentración en las afueras de Pampa Hundida (una alusión a Chacabuco). Intercalada en capítulos situados en el presente de los hechos, la epístola detalla el asombro, la perplejidad, la culpa y el sacrificio final de Laura en pos de una justicia abolida e irrealizable.

En elpresente de la novela, Pampa Hundida celebra una vez más su tradicional fiesta religiosa (una alusión a la Tirana). Laura reencuentra a los hombres notables de la ciudad, cada uno conviviendo a su modo con las secuelas de hechos en lo que tuvieron distintos grados de complicidad o aquiescencia. Y Cáceres está de vuelta, viviendo como anacoreta en las mismas ruinas salitreras dond eestuvo su campor de prisioneros.

El carnaval religioso provee de potentes metáforas sobre la compenetración entre el bien y el mal, la convivencia entre el culto apolíneo a la virgen y el descontrol dionisíaco de la diablada. Ese es también el conflicto que encarna Laura, quien un día creyó en una justicia abstracta y universal para luego descubrir al borde del terror que no es posible alentar esa creencia ni desconocer la fuerza de un poder donde la crueldad es perfectamente posible, o al menos tan posible como la bondad, porque en esa esfera no existe tal distinción.

Si comenzamos a creer en serio en esa democracia que Sofía Correa nos muestra como objeto de manipulaciones y maniobras de sobrevivencia en el poder, deberíamos estar conscientes de ese potencial de horror que Franz instala en el desierto que rodea implacable y mudo al paisaje y los personajes de su novela.

Síndrome Ebenezer: Cosas que le gustan a todo el mundo, menos a mí

Libros y autores:

- Gabriel García Márquez
- Las novelas de Cortázar (sí me gustan sus cuentos)
- Pablo Neruda
- Los artefactos de Nicanor Parra

Cine:

- Jean Luc Besson
- Amélie
- Machuca
- Wim Wenders, desde las Alas del Deseo en adelante.

Música:

- U2
- La canción "The Blower's Daughter", de Damian (¿o Damien) Rice
- La canción "Si No the Hubieras Ido", de Marco Antonio Solís
- La canción "Lucha de Gigantes", de Nacha (¿o Nasha) Pop
- El heavy metal
- Vivaldi

Pintura:

- Roberto Matta (bueno, me gusta algo, pero no tanto como a todo el mundo)
- Dalí
- Guayasamín

Otros:

- La arquitectura de Gaudí (al menos, en fotos no me gusta, lo que puede querer decir que no me gusta seguir sin poder tenerla al frente)
- El mito de la independencia y la agresividad de la prensa chilena.
- El hecho de que todas las radios que han reorientado su programación al adulto joven de hoy estén "enseñando a vivir".
- La Negra Ester

5.25.2005

Fortuño's Review: The White Stripes

La electrónica, el swing, el soul, la bossa nova, la nueva canción francesa, los recuerdos AM, el jazz, el mambo, el tecno pop, todo eso está muy bien. Pero una sacudida rocanrolera de las buenas nunca, nunca está demás. Y eso es lo que sentí viendo a The White Stripes en el estadio Víctor Jara.

Y una sacudida rockera no significa solamente uno que otro cabeceo al ritmo de los riffs y la batería. No. Una sacudida rockera también implica cierta incomodidad, la sensación de que no estás entendiendo todo, incluso algo de miedo. Como estar frente a alguien que ve cosas que tú no. El brujo de la tribu.
Recuerdo esas historias de la gente que se paralizaba cuando de casualidad, en la calle, escuchaba por primeras veces Rock Around the Clock. A esa escala las cosas probablemente no vuelvan a pasar. Pero hay gente que sabe revivir el viejo hechizo. Jack y Meg White están entre ellos.

5.22.2005

El primer paladar

Mmmm -paladeó concentrado-. Le falta un poco de sal.
Y así creó el mar.

5.19.2005

La Maldita Guerra de las Putas Galaxias

Entre principios de los ochenta y principios de esta década (¿cómo se llama?, ¿los 2 mil?) pude vivir con relativa tranquilidad. Con los últimos estertores de marketing de El regreso del Jedi (tal vez un helado tardío o una línea de zapatos escolares asociados a la película) concluía para mí una pesadilla de exclusión en la que todo el mundo a mi alrededor parecía formar parte del universo de la infame saga. Todos menos yo. Todos habían visto las películas, conocían los personajes, tenían juguetes, el álbum, disfraces. Todos parecían felices reproduciendo un mundo que yo no había podido conocer.

Esto comenzó una tarde, una tarde dolorosamente muy, muy cercana aún. Mi papá nos fue a ver. Hace un par de años había dejado a mi mamá. "Vamos al cine", nos dijo a mi hermano y a mí. "¿Qué quieren ver?".

Fue un momento que yo había anticipado ansiosamente durante semanas y sabía perfectamente qué responder.

- ¡"La Guerra de las Galaxias"!, dije automáticamente.

La respuesta de mi papá me llegó como un golpe a la boca del estómago, uno de esos que te dejan paralizado y sin respirar. Aunque para él fue, lo sé por lo que recuerdo de su gesto, nada más que otra negativa de las que se le dan a un niño de cinco años.

-No. Porque no la vas a entender.

Tal vez dijo algo sobre otras películas que le tincaban más. No sé. Tampoco recuerdo si mi hermano dijo algo o propuso otra cosa. Lo siguiente que recuerdo es estar senatado en una butaca frente a la proyección de Cupido Motorizado. Esa película de Disney protagonizada por un Volkswagen escarabajo. Hasta hoy no puedo evitar una sensación de derrota cada vez que veo o me subo a uno de esos autos.

Tampoco he podido evitar revivir el resentimiento de entonces cada vez que se han estrenado estos nuevos capítulos de la serie, la saga, la epopeya, lo que sea. De nuevo he vuelto a sentir que todos participan de una fiesta de la cual a mí me llega sólo un rumor que no comprendo, una luz lejana que no se materializa en ninguna forma definida. Algo que -y esta es la parte más desagradable- no entiendo. Porque desde esa dura tarde para mi autoestima, no he hecho otra cosa que tratar de entender.

Nunca he visto algún capítulo de la Guerra de las Galaxias desde principio a fin. Sé que no costaba nada hacerlo, pero la estúpida anécdota de la negativa de mi papá adquirió una dimensión simbólica demasiado grande como para neutralizar su recuerdo trivialmente, arrendando un video o un DVD. Sí sé que tal vez pueda vencer el trauma de esa ofensa de mi papá desenfundado la espada ante él, tal como lo hace Luke Skywalker ante Darth Vader en una escena que sí he visto.

Pero Luke la tuvo más fácil. El no sabía que su adversario era su padre. Y yo aún no entreno para Jedi.

5.10.2005

Noches Concierto

He programado, producido y escrito este programa de Radio Concierto por ya más de cuatro años. Recién ahora he incluido una lista de lo que se toca en cada sesión. Aquí va el link:
http://www.concierto.cl/scripts/concierto/noches/template.asp.