8.18.2008

La belleza fea: una columna extraña

Me gustaría reivindicar y quiero creer en una belleza que pueda pertenecernos a la mayoría de los humanos: la belleza de la mediocridad y lo gris.

Pocas cosas dan para tantos lugares comunes y contradicciones como la belleza. Que es subjetiva, que cada época tiene su patrón, que es un atisbo de una supuesta universalidad, que es independiente de la moral, que no hay estética sin ética y así hasta llenar anaquel tras anaquel, biblioteca tras biblioteca.

Yo no sé. Tal vez lo único de lo que podría llegar a estar seguro es que la belleza, más que una definición, es una búsqueda. Lo único que tienen en común sus múltiples definiciones es que todas germinaron a partir de una pregunta o de un anhelo de belleza. Supongo que tanto lo celestial como lo monstruoso, lo armonioso y lo caótico, lo consolador y lo ominoso en la historia de la creación artística son el fruto de una búsqueda consciente o inconsciente de la belleza, aunque no sé qué puede ser esa belleza que se busca.

¿Dónde se puede buscar la belleza? Esa es la pregunta que me interesa. Yo estoy por buscarla, o por inventarla, donde no se le suele admirar, desde donde no se le puede llevar a las paredes de un museo.

Tampoco creo en la belleza física. Como miembro de la especie aún en edad fértil, por cierto que mi organismo reacciona ante el estímulo de una anatomía bien dotada, pero esa no es la belleza para mí. Eso es un incentivo para la reproducción que adquiere distintos ropajes culturales a lo largo de la historia. No creo que la belleza tenga que ser funcional.

La belleza que yo busco debe ser inútil. No lo planteo como definición, sino como requisito. La belleza que yo busco tiene que poder encontrarse en cada esquina de este mundo. No puede ser patrimonio de una élite bien instruida y alimentada ni de una vanguardia iluminada. La belleza que yo busco no pertenece a los héroes ni a los revolucionarios, a los malditos ni a los beatíficos.
La belleza que yo busco no tiene una épica ni una poética. La belleza que yo busco es fea, es gris, es mediocre.

Quiero creer en una belleza del miedo y la cobardía. En que hay algo de bello en la vida del funcionario que transita entre su casa y el trabajo, que está obligado a obedecer, que no tiene aspiraciones ni grandes sueños. Que no le hace mal a nadie, pero que tampoco hace el bien.

Necesito creer que hay belleza en el transcurso anodino de las horas de casi la totalidad de los humanos que han pasado, pasamos y pasarán sobre este mundo. La belleza de los artistas, de los poetas, de los profetas puede llegar a conmoverme, pero me huele a engaño, a una falsa promesa de trascendencia.

Me gustaría poder parar a cualquier hombre o a cualquier mujer en la calle y decirle “te encuentro bello, te encuentro bella, porque eres como yo y yo soy como tú, porque nuestro paso dejará pequeñas huellas que se disiparán en unas pocas generaciones, porque no somos héroes ni rebeldes, locos ni villanos. Somos bellos por estar vivos. Por ser. Por haber sido”.