10.08.2007

Proyectos de tesis

"No eres dueña de tu vida": Sumisión femenina y destino trágico en las heroínas de las teleseries dirigidas por Oscar Rodríguez.

"¡¿Qué dice el público?!": Participación democrática en Sábados Gigantes, 1978 - 1985. Un enfoque multidiscplinario.

"Shana nanina": Lenguaje y deconstructivismo en la discografía de La Ley.

"Estrechez de corazón": Malestar social y su vínculo con las cardiopatías en Chile expresado en las canciones de Los Prisioneros.

"Inolvidable como lo que no se puede olvidar": Los mecanismos de la memoria en la música de Keko Yunge. Un aporte desde la neurociencia.

"Way beyond compare": Desire and idealization throughout the Lennon-McCartney songbook.

10.04.2007

En este instante fecundo...

Siempre me ha molestado la costumbre nacional de desbordarse en homenajes y conmemoraciones en torno a una figura cuando se trata de una fecha como su natalicio o el aniversario de su muerte.

O sea, no pretendo que no se hagan, pero me irrita esa catarsis en que entra todo el mundo a raíz de la efeméride específica, para luego olvidarse del personaje el resto del año. Tal vez por ese olvido, las celebraciones y actos respectivos son siempre llevados a cabo con una alharaca sólo atribuible a la culpa, como los parientes que se ponen sentimentales en las reuniones que realizan muy de vez en cuando.

Hoy, Violeta Parra habría cumplido 90 años y, como era de esperar, está en todos lados. Lo más probable, como suele ocurrir, es que mañana vuelva a desaparecer.

Pero en esta ocasión hay excepciones. Como una forma de honrar su nombre de modo permanente, la radio Rock & Pop lanzó una campaña para rebautizar como Violeta Parra la calle Carmen, donde la casa con la numeración 340 albergó la Peña de los Parra. También estará la exposición de sus arpilleras en el Centro Cultural del Palacio La Moneda desde el 8 de noviembre. No termino de convencerme si las arpilleras son realmente buenas o las podría haber hecho un estudiante más o menos diestro para el día de la madre, pero agradezco poder ir a verlas y decidirlo con información de primera fuente.

Sobre el nombre de las calles, creo firmemente en su poder. Es quizás la forma más efectiva de escribir nuestra historia. Si Jaime Guzmán tiene su calle, Violeta Parra la merece muchísimo más. Entre alguien que desconfió de la democracia y una mujer que llegó a la médula de la música y la poesía, no tengo dónde perderme.

Recuerdo que, cuando éramos niños, a mi hermano y a mí nos estremecía el Rhin del Angelito. Violeta Parra nos había enfrentado sin más al misterio y la inevitabilidad de la muerte, en una canción que además se enseñaba en el colegio como una inocente pieza folclórica. Nada, la vieja estaba mucho más allá del folclor. Lo suyo es filosofía, poesía al hueso. Puro punk a pata pelá.

Por cierto que ella no necesita los homenajes. Son necesarios para nosotros, sobre todo para un país en gran parte culpable de no haberle prestado atención. Aunque siempre tendré la duda de si, de haberla reconocido en vida, ella se habría sentido cómoda. Algo me dice que cierta disposición trágica le impuso ese carácter huraño e indomable que describen quienes la conocieron y que, sin esos rasgos, sin vivir en una adversidad permanente, muchas de sus canciones no habrían germinado.

Ella lo pasó mal para que nosotros accediéramos a la belleza de su obra. Hay algo de sacrificio ahí, tal vez involuntario, pero acaso todo sacrficio, todo heroísmo, toda acción humana no sea si no involuntaria. Da lo mismo, debemos tener presente que estamos recordando a una mujer que no fue feliz, sin cuya desdicha no podríamos haberla admirado. Eso merece más que una calle. Merece sobre todo respeto. Y algo de silencio.

10.02.2007

Aunque llegue tarde: Naty

Recuerdo conversaciones en la sala de clases a los 16 años. Tuve la mala suerte de concluir la educación secundaria en un colegio liberal en ciertos aspectos conductuales, incluida la sexualidad, aunque muy conservador en otras materias. Digo mala suerte no por los rasgos conservadores que pudo haber tenido el colegio, sino porque de aquella liberalidad sexual que imperaba me tocó prácticamente nada.

Debía contentarme escuchando los relatos de compañeros y compañeras sobre sus incursiones sexuales, su placer, su atrevimiento, su permanente cruce de límites, todo contado con relajo y franqueza, con cierta madurez que, retrospectivamente, me asombra. Los que ya habían dado curso en pareja a su sexualidad compartían su experiencia con un entusiasmo alejado del morbo, como una celebración generosa del florecimiento de sus propios cuerpos.

En una de las tantas ocasiones en que fui oyente envidioso de sus proezas, la conversación llegó al tema del sexo oral. "Todas te lo chupan a los 21", dijo un compañero. "Qué asco, nunca lo voy a hacer", dijo una chica. "Nunca digas nunca jamás" replicó otra con sabiduría.

Hace 10 días vi "Wena Naty". Si mi compañero de curso de entonces tenía razón, la edad promedio del, digamos, consentimiento oral ha caído al menos en siete años.

Claro que algunas cosas han cambiado desde entonces. Hoy, prácticas como el sexo oral y anal suelen ser consideradas como parte de un repertorio previo a la relación sexual genital, lo que más bien era a la inversa dos décadas atrás. Sobre todo entre jóvenes de clases altas, esto es visto como una forma de preservar la virginidad y no correr el riesgo de un embarazo no deseado. El sexo sin pentración genital está menos asociado al compromiso, se corresponde mejor con el impulso de exploración propio de la edad.

La energía sexual de los adolescentes de hoy también es distinta. Hay más estímulos, más acceso gratuito y libre de trabas a la pornografía. Hay reggaeton. Si Dady Yankee hubiese existido a mis 16, tal vez algo de acción me habría tocado y no habría tenido que graduarme invicto.

Y está la tecnología. El papel impreso llevó la iniciación sexual a espacios cerrados como baños y dormitorios. Los medios audiovisuales crearon el descubrimiento sexual como una experiencia en grupo, como rito compartido entre amigos que robaban cintas porno de sus padres. La conjunción de portabilidad, digitalización e interconexión de nuestros días hacen de la experiencia pornográfica una actividad comunitaria que se comparte desde el anonimato. En un plano relevante, el ícono Naty es más importante que la escolar real que protagonizó la historia (hay planos donde sí deberíamos poner más atención a la joven real, sobre todo al discutir sobre su expulsión del colegio o sobre el machismo que tristmente impregna todo este asunto).

La relación entre privacidad y exposición pública que este caso ha traído a la atención de varios ha sido expuesta acertada y atractivamente aquí. Tal como lo dije en un comentario del sitio recién linkeado, me llama la atención que la escena se haya registrado en un espacio público, casi como una subversión del porno, que transcurre entre paredes para construir la fantasía de la violación de la intimidad de terceros. "Wena Naty" es declaradamente no íntimo. La tecnología ha convertido los espacios cerrados domésticos en sitios más públicos que los parques y las plazas, ahora confinados a refugio para lo que antes se hacía a escondidas, tras puertas cerradas.

Toda esta historia me ha llamado la atención sobre cómo se están redibujando las fronteras entre lo público y lo privado, entre adultez y niñez, entre sexo y afectividad. Wena, Naty.