8.29.2007

¿Tenerla larga o feliz?

Hay un chiste gringo más o menos así:

Una mujer se acercó a un pequeño hombre viejo que se mecía en una silla en su pórtico. "No pude evitar darme cuenta de lo feliz que se ve usted", dijo ella. "¿Cuál es su secreto para una vida larga y feliz?", le preguntó. "Fumo tres cajetillas de cigarrillos al día", respondió él. "También me tomo una caja de whiskey a la semana, como grasas y nunca hago ejercicio". "Es impresionante", dijo la mujer. "¿Cuántos años tiene?" "Veintiséis", dijo él.

El chiste implica, obviamente, que no se consigue una vida larga bebiendo, fumando, alimentándose mal ni practicando el sedentarismo. Pero no quiere decir necesariamente que así no se pueda llevar una vida feliz. El viejo de 26 años se veía tranquilo y contento. Eso fue lo que llamó la atención de la mujer, no su supuesta longevidad.

Vieja pregunta, entonces. ¿Vale más la pena esforzarse por una vida larga que por una vida feliz?

8.16.2007

El sueldo ético

El llamado de la iglesia a instaurar un sueldo ético es tal vez un ejmplo más de la clásica relación por medio de la culpa que ella tiende con sus fieles. Pero está visto que, cuando se trata de meterse la mano al bolsillo, la culpa no funciona mucho con los empresarios católicos .

Es una contradicción divertida que, en líneas generales, quienes comparten las orientaciones morales de la iglesia no compartan sus orientaciones sociales y que quienes sí se identifican con su mensaje social no se vean representados en su doctrina moral.

Es difícil ser católico de verdad. Habría que ser progresista y cartucho, un bicho muy raro. Como los tiempos no están para andar quemando herejes, la jerarquía de la iglesia tiene que conformarse con un rebaño que la sigue a medias. Incluso Benedicto 16 parece no estar persistiendo todo lo que se esperaba en su agenda ortodoxa.

Aunque el problema real de la iglesia y de la gente que alberga buenas intenciones sociales es otro. Tanto la economía como el sexo responden a los impulsos biológicos de la procreación y la sobrevivencia. Inscribirlos en las esferas de la ética y la moral resulta contraproducente.

La historia demuestra que cada vez que se ha intentado atribuir principios de justicia racional al mercado, sólo se ha creado más pobreza. Es una constatación odiosamente facha, pero hasta el momento no ha surgido experiencia que la desmienta.

La restricción de los impulsos sexuales según un diseño moral ha derivado en represiones, neurosis, psicopatías y otras calamidades (también una que otra desviación sexual placentera, si no todo es tan malo tampoco).

El mercado no es cruel, como decía Patricio Aylwin. El mercado es amoral, igual que la naturaleza. Eso se confunde con crueldad, pero un terremoto no es realmente cruel. Lo cruel son sus consecuencias para quienes no han tenido las mismas oportunidades que otros. Y ahí sí que pueden entrar las buenas intenciones racionales de los humanos.

Lo ético no debe perseguirse en los sueldos, sino en cuán iguales son las oportunidades que tenemos para acceder a sueldos y vidas decentes. Al menos con los seres vivos de nuestra misma especie, deberíamos procurar que nadie nazca en desventaja, cosa que también parece natural. Lo otro sería eliminar justo después de nacer a las crías que van a sufrir , pero parece que no estamos genéticamente programados para eso.

La gente que cree en abstracciones universales como el progreso continuo, el cristianismo y el islam es la que está depredando el planeta y creando pobreza. El regreso a una vida más natural y libre de creencias inviables sería, curiosamente, más ético y justo.

8.01.2007

Ambición

Se lo dije hace poco a un amigo. Tal vez, él pensó que se trataba una vez más de mi insoportable cinismo o mi afán permanente por lo que se conoce como épater les bourgeois. Pero yo estaba siendo sincero.

"Mi ambición -dije- siempre ha sido ser la persona más conocida, admirada, bella, rica y poderosa del mundo".

Suena terrible, megalómano, psicótico. Pero no es tanto. Lo que pasa es que, junto con reconocer que albergo esa ambición, asumo automáticamente que es imposible de realizar. Entonces, todo queda donde mismo.

Lo que me parece importante de esto es la necesidad de reconocer que los impulsos de muchos de nosotros tienden a ese narcisismo radical, a un egoísmo que ciega ante los otros, a pensar, tal vez no tan ilusioramente, que somos el centro del universo (desde el punto de vista de que somos los protagonistas de nuestras percepciones, sí lo somos).

Darse cuenta de que no es así también es necesario, pero requiere cierto humor, un grado de desprendimiento, no tomarse tan en serio. La humildad puede ser perfectamente el producto de una ambición extrema e imposible de satisfacer. De hecho, lo único que cabe ante tal ambición, por lógica, es la humildad.

Muchas veces, confío más en la gente que se reconoce ambiciosa, vanidosa o envidiosa que en la gente que proclama ser todo lo contrario. No es que necesariamente mientan, pero despiertan más sospechas.

Así que reconozcamos nuestras ambiciones y celebremos con alivio que nunca van a ser completamente satisfechas.