12.12.2005

La Verdadera Adolescencia


Tiempo atrás, en una reunión de trabajo, hablábamos sobre la gente de mi edad. De mi edad y también en mi situación de vida. Gente que trabaja independiente o como empleada en el sector terciario, con escolaridad superior a los 15 años, cotizante del sistema privado de salud, con auto propio y vivienda sólida. Me puse medio Censo en la descripción, pero en fin. Hablábamos, en el fondo, de lo que se ha dado en conocer como el adulto joven de clase media y media alta.

En un post anterior escribí sobre nuestro patético apego a la juventud. La palabra apego tiene mucho de literal en este caso, porque las edades de los humanos hoy reciben rótulos que incluyen la etapa que las preceden directamente.

Los adultos somos adultos jóvenes y los ancianos son adultos mayores. Mientras, en el otro extremo de la vida, nuestra idea sobre la niñez tiende a asimilarla a la etapa siguiente. Hoy se habla de los pre púberes como tweens, anglicismo que en el fondo designa una adolescencia previa a los signos del desarrollo sexual.

Todo parece converger en torno a a la adolescencia y la juventud. Es el terreno imaginario donde situamos las vidas tanto de quienes aún no viven esa fase como de quienes ya la atravesamos. Antes, concebíamos la adolescencia como un momento de identidad inestable, de búsqueda y cuestionamiento, de conflicto y enfrentamiento. Pensábamos en ella como un período de percepciones difusas, de gestos y hábitos en cambio permanente. La adolescencia era la edad de lo incierto.

Hoy, me parece que los únicos que tienen clara y resuelta su identidad son los adolescentes. El resto, y sobre todo los adultos, vivimos peleando con nuestra identidad. Nosotros nos comportamos como adolecsentes sin rumbo tratando de compatibilizar diversión con trabajo, responsabilidad con desenfreno, familia con amigos, placer con ahorro.

Queremos tenerlo todo. Queremos ser jóvenes y adultos al mismo tiempo. Nos negamos a abandonar la juventud y también a entrar de lleno a la adultez. Tal vez seamos presa de un deseo cuya condición para seguir existiendo es no ser satisfecho. Esa es la misma lógica del mercado, no sólo de los bienes, sino también de las aspiraciones, donde todo se acaban si las expectativas dejan de sobrepasar a la realidad. Por eso, buscando estar satisfechos sin poder llegar realmente a estarlo, gastamos a la vez que ahorramos, nos cuidamos a la vez que nos excedemos, soñamos a la vez que somos prácticos.

Es el sistema. Y para que funcione no tenemos que comportarnos como adultos. No hay que crecer ni madurar para mantenerlo. Debemos ser, quién sabe hasta cuando, puramente adolescentes.